viernes, noviembre 13, 2009

de amargo corazón

Y siempre que volvía, volvía más dulce si cabía, y aunque nunca se fue del todo… siempre era bueno saborear su dulzura.
En su ausencia, otros sabores se mezclaban conscientemente en su boca. Era indudable e inevitable, no podía ser de otra forma… noctámbulo comparaba sabores que le saciaran, aromas siempre subjetivos y de un gusto no compartido por otros comensales.

Sibarita y de gustos controvertidos y epicúreos... No buscaba matar el hambre, aunque se convertía, en muchas ocasiones, en el primer y más importante fin. Ante todo, platos delicados en su estética, de belleza extrema que envuelva y no desvele, a simple vista, su posterior estallido de sabor. Era importante que fuera un plato estudiado. Creativo pero con base empírica en sus formas, matices y aromas.

Y siempre que volvía, volvía más dulce si cabía… reformada y decorada de forma muy personal, como ella misma. Uno de los intereses más actuales es la fusión de sabores sin caer en lo cotidiano. El dulce y lo salado ya no es novedoso. Una galleta resume este tipo de combinaciones. Donde ella es dulce y él salado, la insípida relación, la galleta. Pocas chicas, de fondo realmente dulce, buscan a príncipes salados, no obstante las hay que desean combinarse con juglares de noche y risa fácil, sabores que desaparecen al día siguiente.

Ellos, pocas veces coincidían… salvo en platos muy pensados y de alta cocina combinar su dulzura con su sabor era todo un atrevimiento. Sólo apta para paladares muy exigentes. Y siempre que volvía, volvía más dulce si cabía… él, mientras seguía de amargo corazón, esperándola siempre para cenar, para combinarse, fusionarse, para mezclarse y dejarle buen sabor de boca.