miércoles, diciembre 24, 2008

Zahara "de mentira"

Ahora quiero escribir algo pronto, algo que tenga sentido pero que no entiendas, como siempre. Si lo hago sé que podré seguir haciendo este tipo de cosas… si no lo hago, pensaré que es falta de sueño. Y llevaré razón en eso.

Bla, bla, bla… siempre hablas de lo mismo Adrián. Lo sé. Nunca he dejado de ser yo. Lo sé. No tengo remedio. Y no, no voy a decir que no lo quiero tener. Resultaría típico y eso, sin enfermedad de por medio, sería una banal mentira, lo cual no resultaría lógico en mí que miento por enfermedad banal típica.

Quisiera escribirle una canción a Zahara. Una dedicada que hablara de todas las que me quisieron, o creyeron quererme. Quisiera que se enamorara de mí como lo hicisteis vosotras. Eso es lo que quiero para que luego se convierta en una más, en una más como tú… que sin saberlo eres parte de ellas.

Puede parecer de locos y eso resulta de un parecido interesante, ya saben. Cuánto de ti hay en lo que escribes. Si al leerme eres capaz de vislumbrar algo de ti. Eso es. Eso es lo que hay de mí en lo que escribo. Todo lo demás sabemos que es mentira. Y esa mentira es lo que todos los demás creen que es verdad. Idiotas.

Yo no miento nunca. Es de mentirosos mentir. Y yo no miento nunca. Jamás. Ni te mentí, ni volvería hacerlo. Yo no miento nunca aunque tengo mucha imaginación. Fíate de mí, no de mi imaginación. Ella miente, yo no.
Y yo no miento nunca. Y menos de esto.
Ahora dime la verdad de lo nuestro. ¿Mi vida es una mentira?, si yo no miento nunca. Es de mentirosos mentir. Sé que aunque lo repita un millón de veces jamás me creerás. Yo no sé mentir, o eso quisiera. No saber o no tener que mentirte,… aunque yo no miento nunca.

Es igual. No lo entenderás jamás ni aunque te dijera la verdad.

sábado, diciembre 20, 2008

pelirroja

Las noches sin dormir se suceden casi sin apreciar el tiempo que paso dormido durante el día. Alguien que no duerme con la nocturnidad tiene, en principio, algo escondido. Es en estos casos donde lo pienso. Los hay que trabajan o estudian de madrugada, pero ellos no esconden nada. Ni se esconden. O sí… No lo sé, ni me importa.

Tu belleza del este me atrae en el sur. Las pieles morenas siempre me atrajeron por inercia. El rojo de tu cabello es lo que ansío. Tu sonrisa seria que me hipnotiza y me quiere loco, más aún.

Me convenzo de ti cada día en mí. Me convenzo por ti, porque quiero creer que puede ser, y que puedo. Hoy mismo advertí que aunque dos personas se gusten, o se atraigan con fuerza, hay excepciones que no admiten un salvo… lo mejor es que me olvide de ti, sin excepción.

Quisiera ser menos inestable, a veces. Eso me haría ser algo más normal… aunque ello nunca haya sido algo que yo quiera creer. Es lógico. No se puede ser lo que no se es, aunque se quiera. Yo te quiero y tú aún no lo sabes. Ni siquiera me conoces, por eso y por mi inestabilidad confío en ti.

Cuando pasa esto, me empeño en creer que mi destino está lejos de aquí. Eso que dicen de huir, cambiar de aires suena mejor, ¿no? Cuanto más lo pienso más seguro estoy que mi sitio está más cerca de lo que pienso y que allí estás tú… pero eso aún tampoco lo sabes. Yo sólo lo pienso, debería bastar con eso. No puedo hacer más por mí, ni tú.

Últimamente, te echo de menos. Querría verte, pasear contigo, charlar y hacerte reír. Si lees esto no pienses que eres tú. Si ahora mismo te has parado a pensarlo y no hago algo pronto podrías llegar, incluso, a odiarme por quererme como dijiste que jamás lo harías. A ella la sigo echando de menos, y no pienso hacer nada, ni contigo ni con ella.

Ninguna de vosotras tiene el pelo rojo.

viernes, diciembre 12, 2008

Esquemas

He parado por casa algunas pocas horas como si pernoctara tras días buscándome perdido en salas de estudio y bibliotecas públicas. Puedo pasar más de 48 horas sin oler la mezcla del vapor de agua con mi enjuague bucal. Abro siempre la nevera buscando algo que sé que no habrá. Soy yo y mis antojos de ti. No recuerdo haber fregado nunca nada en casa de mis padres, pero no he olvidado aquella vez que te fregué las copas tras la cerveza y los cubiertos de redonda cabeza. Del pomo de la puerta de mi armario cuelgan unos jeans MD, y diferentes cada vez. Tengo mi única polaroid (tuyademí) entre billetes de ida hasta ti, tickets de 10 viajes en metro y nuestras pics del fotomatón. Espinete no existe. Acumulo temario, unidades, programaciones, actividades, mapas, materiales y apuntes específicos de temas dados por sabido... con la maldita intención de tener excusas "con" peso para no hacer nada que afecte a la constante y monótona rutina de mi diaria vida cotidiana.

Si fuera, recogerías todo y lo esconderías debajo de tu cama, justo sobre el escalón que da a tu cocina, tras el saquito de semillas que calientas en el microondas, y luego mis pies.

Hoy aprendí algo que ya sabía: un esquema es un marco que permite comprender la realidad a la que se aplica, se agrupan formando estructuras que van modificándose a lo largo del desarrollo.

Rompería esquemas y tu alma escondida quebraría... ¿imaginas toda la casa llena de esas semillas?

Caliéntame un ratito el corazón, y luego mis pies.



En su contexto originial

sábado, diciembre 06, 2008

Calculadoras

(...)

Después de todo, nada es antes. Si acaso, mediante y durante. El principio tiene dos comienzos, lo mismo que el final. Lo mejor, que el final de los finales aún no ha llegado. Casi nunca llega. El de verdad. Cuesta, duele, perdona... ¿perdona? Lo que debe terminar normalmente queda inacabado, olvidado, abandonado… duele menos, cuesta menos pero tampoco perdona porque así es como nunca nada debe acabar.

Ahora que lo tengo todo calculado me sobran los cuadernos a rayas. Las divisiones me salen cuadradas y las raíces plantadas serán arrancadas. Sumar en estas circunstancias no es la mejor opción. La diferencia, lo que sobra, es la resta más complicada, quitar lo que se fue sumando duele tanto como un final inacabado y es lo que tiene una división inexacta que a mí nunca me queda totalmente clara. Y es que nadie quiere el resto, ni las sobras.


Todos saben que las matemáticas lo mío no son,
y la calculadora que yo tengo ya no tiene tecla off.

jueves, noviembre 20, 2008

Lo visceral

Siempre fui un inconsciente, siempre. Nunca acabo de secarme.

En una habitación siempre me dejaba ganar en esas peleas contra frascos miniatura de perfumes caros. Porque s
ólo eran eso, perfumes caros.

En un colchón deshago pensamientos y anudo palabras, las encadeno y te vuelvo loca a base de miradas, también encriptadas.

En la ventana me pierdo. Mi silueta es sólo eso, una silueta que abrazas manchando con tus huellas dactilares el cristal que nos separa.

En el espejo del baño se reflejan mis ojos y, en ellos, me veo reflejado. Los cierro y en mi mente te reflejas tú, en el espejo del baño, dibujando formas imposibles que sólo yo sé interpretar.

En el armario siempre me falta espacio para perderme buscando tus ganas de mí. Y temo cansarme si no me encuentras tú primero.

Detrás de la puerta arrastro la basura con el pie derecho, es la puerta que está junto a bambalinas. Y no me da vergüenza decirte que ahora eres protagonista.

He visto como mi boca jugaba al escondite con la tuya. Me aburrí de contar hasta 100. Tu boca se escondió, otras tantas veces, detrás de la puerta donde colocaste tus vergüenzas.

Nuestros ojos, celosos, no saben que tienen sus momentos y que pierden el tiempo viendo como nuestras bocas juegan al escondite... y nunca se encuentran.

Y nuestras manos se han sentido inútiles por esta vez... sólo por esta vez...




... a ti.

domingo, octubre 19, 2008

Buscando la sombra

Certeza equívoca. Celos censurados por mirar a otro lado. Dos rombos cuadriculados. El envoltorio es de papel de fumar y yo no fumo. No creo en la festividad de Jesús, ni en él.

[ ¿oportunidad? ] ... todo el mundo merece una última, ¿no?

Tu color. El menos claro, y el otro. El de la esperanza. El de encender, el de llamada. El de la lechuga y las espinacas. El del dinero que compra la botella, el de ella, para acabar con bata de cirujano, el de hipocondríaco, borracho de hospital. El de mis ojos reflejados en el de tus ojos. Tus ojos. Verdes.

Rey sin corona. Peón de albañil que se ríe de mí. Problema sin solución, problema resuelto. Y si no tengo solución... con esa frase me quito el sombrero y te bajo el telón. Sí, señor. Curiosa tarjeta de presentación.

En la esquina inferior derecha puede leerse un nombre de mujer, (pero a mí sí) aunque esto no es lo prometido, no. No tiene nada que ver, ni yo veo nada claro.



En su contexto original... como ella.


lunes, octubre 06, 2008

"el whisky le acompaña si sale solo"

Durante mil noches le vio bajar por esas escaleras... siempre a él. Sus aires chulescos y su mirada graduada le concedían, inevitablemente, un aspecto interesante.
Durante mil noches le vio charlar, tontear y besar a cualquier chica que le traspasara el cristal de sus lentes. No se cansó de observarle. Algún día verá como él le dedica una mirada y será entonces cuando su vida cambiará.
Muere de lunes a jueves y resucita cada fin de semana esperando que de una vez tenga lugar ese momento, ese tropiezo, esa mirada... que la ponga en su camino, en su vida… que le deje sin palabras. Pero espera alguna genialidad disfrazada de broma. Dicen que va de gracioso y que de madrugada el whisky le acompaña si sale solo. Dicen que va de borde y que de madrugada el whisky le acompaña si sale solo. Dicen que es un gilipollas y que de madrugada el whisky le acompaña si sale solo. Dicen que las mata callando y que muchas noches se va acompañado.

martes, septiembre 30, 2008

Mangaroca

Follar como animales diciéndose cochinadas está muy bien después de cuatro cervezas, algunas tapas y unas risas trituradas entre sus cómplices miradas.

Que le falte el aire y estire su cuerpo como una goma del pelo. Tener una pelota antiestrés no viene mal, y funciona muy bien sobretodo cuando no hay estrés que mezcle los ingredientes sin batida de coco. Pero aquella Mangaroca fue preparada desde la más exquisita experiencia sexual, lista para tomar después de varias agitaciones. Y sin batido de peros

Lo suyo no era torpeza, era inconstancia. Lo era desde el primer pelo de barba rasurado bien entrada la pubertad, con dos… cojines a juego con los cuernos de macho cabrio… hasta volverse vago y no pillar el cortacésped más que para pasarlo por toda su plenitud.

No tiene mal fondo. Puede ser un cabrón, pero es un cabrón sincero y respetuoso. Hace daño pero lo hace sin querer queriendo cuando no quiere.

Él quería con tiempo limitado: mucho en poco tiempo, nada a largo plazo.

Y así le iba. Con uno y otro tren de la misma venida.

martes, septiembre 23, 2008

¡Qué más da!

Has dicho tanto, que no has dicho nada.

Declaración de intenciones malintencionadas,

declaraciones no justificadas,
justificaciones jamás declaradas.
Parece que no hubo intención.

¡Joder!

Y vuelvo a leer(te) y parece que no pasó el tiempo.

A pesar del silencio. Dulce o salado,
da igual si nos hemos acostumbrado.

Y si te da miedo dejar de sentir esto,

camina y déjate caer,
de espaldas o de frente,
que más da si la tentación sigue vigente.

viernes, septiembre 05, 2008

A mi amada farisea...


Sé que no debí haber escrito aquellas palabras. Estaban envenenadas. Por eso las escribí. Sé que lo que dije te ofendería. Por eso lo dije. Sé que nunca debí besarte pero entonces era lo que quería. Por eso lo hice. Sé que debería haberte llamado, mensajeado. Por eso no lo hice... porque sabía que debía hacerlo.

Y es así, todo lo hice porque sabía que no debía hacerlo.

martes, septiembre 02, 2008

¡Maldita flor!

Si sientes una flor. Si la sientes de verdad.

Si miras a una flor con todos tus sentidos. Si la tocas escuchando como la brisa mueve sus colores. Si la miras notando su textura, la suavidad de sus pétalos en contraste con la rugosidad de sus verdes hojas. Si la hueles. Si la hueles estás perdido.

Y la olí.

Y estuve perdido la mitad del tiempo que hubiera tardado en hacerla mía. Sin saberlo me sentí intruso en jardín ajeno. Sin saberlo.

Me conforme con admirarla. A veces de pasada. Sin que ella lo notara. Otras, quedaba envuelta por mis miradas. Sin que ella lo notara. Podría tenerla plantada para siempre en mi campo de visión.

A sabiendas de lo que nunca se dijo la flor se enterneció. Estaba viva porque sentía mi calor. Cambiaba de colores con los días, llamando mi atención. Su gesto abierto y natural, sus pétalos con los días cambiaban de color, su pigmentación morena contrastaba. Y yo sólo podía bañarla con más miradas.

En las primeras horas del día se llenaba de matices atrayentes cercándome como miles de tiras de papel charol, todas a mi alrededor, cada una de un color.

Si sientes, de verdad, una flor. Estás perdido.

¡Maldita flor! … ya me espinó el corazón.

lunes, septiembre 01, 2008

A tiempo...

Cuando aún era posible aquella cita tenía pensado que ponerse. Se imaginó enchaquetado de Caramelo. Americana ajustada perfectamente en los hombros y con una caída que distara siempre algo más de un palmo de sus rodillas. Camisa sin botones a medida, de artesanos. En ella, sus iniciales grabadas para que nunca se olvidase de él. Corbata, signo de elegancia. Nudo Windsor, la ocasión lo hubiera requerido. Dicen que cualquier hombre con un mínimo de vida social debería tener en su vestuario alguna corbata. Él tenía muchas corbatas. Mocasín YSL, el British Style que a ella le gusta en él. Cómodo, como en su casa.

Pasó la leve llovizna en aquel café de espejos y ventanas. A pesar de la porción de tarta no fue un momento dulce. Sin saberlo, uno de sus relojes se paró.

Ella nunca le vio coger ese bus. Él permaneció en la capital sin que ella lo supiera nunca. Desde el ventanal observaba los semáforos, los maldecía en aquella habitación de hotel, justo detrás de la calle de su caja de zapatos. También la observa a ella, ansiosa con el celular en la mano, vestida para la ocasión. Otra vez.

Sobre la cama doble su ropa extendida, planchada, lista, preparada para la re-conquista y si no, abandonada a la concupiscencia que ella y su imaginación le despertaba.

En su muñeca derecha el tiempo no había pasado en el watch que marcaba las horas que pasaba sin ella. Se había quedado parado. El tiempo no pasó. Cuando volvió a funcionar era la hora de enamorarla de nuevo. Aún estaba a tiempo.

sábado, agosto 16, 2008

Quizás

JuAntonio dijo...


Quizás el problema esté en que siempre se han mirado desde la distancia justa, aunque no lo pareciese. Ni de lejos ni de cerca. Quizás lo que era cerca para ella era lejos para él. O viceversa. Ambos, el peso y el contrapeso. El equilibrio. Quizás por eso se enamoraron, por su fusión exacta, ajena al agravio comparativo de los largos y cortos días. Uno al borde, en el precipicio de su boca. El otro con la avidez de la caída libre que rozase sus labios. Puede que sólo fuese una reacción química, sus cuerpos preparados para una disolución perfecta. Reactivos que se miran de lejos, y de cerca, que al unirse se transforman, se mezclan de manera heterogénea. Lástima que en este tipo de mezclas los componentes se distingan a simple vista y puedan separarse fácilmente.

26 de Junio de 2008 (19:44 h)

En su contexto original, Cuestión de medidas en Ángulos efímeros

sábado, agosto 02, 2008

Sacado de contexto (fol. 5)


Tu poesía

Tu poesía no rima
si sólo eres tú.
A veces rima
cuando somos tú y yo.

Tu poesía sin ti no es nada,
es un manantial sin agua.
Y sin mí es menos
como un niño con miedo.

Tu poesía no entiende de idiomas
que adulteren las palabras.
Sólo la entienden los que aman.

Tu poesía ya me tocó el corazón,
no sabe si quiere tenerme,
si rozarme, y mucho menos si amarme
Tu poesía sólo quiere ENAMORARME...

18 de Marzo de 2008 16:46 h



Hoja en blanco, otra vez...
Fuiste hoja en blanco sobre la que poder escribir mi siguiente historia. Sí, otra de desamor. Otra en la que rompo otro corazón. Fuiste una hoja en blanco perfecta, el bolí no pintaba pero tú quedaste marcada...
Otra vez se iba. Y otra vez se paraba a las siete de la mañana en el mismo semáforo para la vuelta a casa. Y otra vez pensaba:

- Otra vez sin besarla. ¡joder!

Así no va a querer saber de mí, se creara un concepto que no es. Pensara que soy gilipollas o algo así. Que voy de listillo, de intelectual... y no se da cuenta que sólo son gafas de miope, nada más.

8 de Abril de 2008 5:16 h.

lunes, julio 28, 2008

Da igual

Hace un mes y quince días publiqué un escrito en este mismo blog. Cambiar de vida lleva de titulo. Un texto donde abocaba un hecho, un pensamiento o una creencia de que tal y como se olía mi vida lo mejor era que diera un pequeño giro, que cambiara. Y así lo hizo.
Hace un mes y cinco días publiqué el último escrito en el blog, el penúltimo ahora. Literatura paranoica y el cielo morado, como su pañuelo. Un texto casi ininteligible, anudado a conciencia por mí, con el fin de que ni la misma que lo forzó diera cuenta de su peso en él. Un escrito a vista de pájaro sin sentido y equívoco al microscopio. Pero no fue así.
Hace menos de un mes varias personas me habían recordado, por diferentes motivos, mi ausencia desmedida a la hora de escribir. Casi habría que matizar. No publicar nada no significa no escribir nada. Empezar a escribir puede resultar complicado pero para mí, esta vez, lo difícil estaba siendo dejarlo acabado. Hay cosas que nunca cambiaran en mi vida, mis escritos a medias. Y mientras sean ellos los que se queden a medias…


Casi se me hacía necesario esto que ahora leen. Explicar sin dar motivos de por qué he vuelto para no justificar(me) el por qué me fui sin haberme ido nunca.

Que la gente crea que eres escritor porque escribes lo más insípido que se te pasa por la cabeza siempre-a veces me hace reír. Da risa que lo crean porque en el fondo yo también lo creo y no me hace ni puta gracia.
Siempre escribes de lo mismo, me dijeron una vez. ¡Hay que joderse! Entré a formar parte de la familia de ElCuentaCuentos y me creí, tonto de mí, que por dedicar varias semanas a una frase y a un relato a partir de ella, sería como ellos. La inconstancia es, en muchos aspectos de mi vida, una de mis grandes imperfecciones. Tengo ganas de volver, de entrar en esa web, de leer, de comentar y de relatar… tengo ganas pero no prometo nada.

El caso es que hace menos de un mes varias personas que me leían me habían recordado que existía, que estaba porque ellas me leían. Si escribía, estaba y si no, no. Y digo que nunca me fui porque nunca dejé de escribir. Y ahora publico para estar, a pesar de que me leo, me vuelvo a leer y el patio de mi casa es particular, como yo, cuando llueve me mojo como los demás. No me convenzo de lo que escribo y los que suelen dedicar parte de su tiempo a teclear saben de que hablo cuando dejas el corazón pulsando la tecla backspace. Da igual que selecciones y cortes con la tijera o pulses ctrl-x. Da igual si no te sale nada. Da igual.

Como igual da que intentes ser feliz cuando te lo propones, hacer la cosas bien porque de verdad lo crees, que seas sincero y duro a la vez porque siempre-a veces van de la mano (o con un guión), que seas orgullo y dejes que una amistad se marchite porque quieras responder como él, dar un portazo a una relación porque sabes que no hay nada que relacionar, pensar más en mí para quererles más a ellos, presentarme en tu casa y mirarte a los ojos aunque sea para no verlos más,…
… ya no sé si tener más vergüenza o menos, si me sobra o no llego, ya no sé si estoy de más o de menos, si te quiero conmigo o lejos. Ya no lo sé, pero da igual. Da igual. Nadie lo sabe en realidad.

lunes, junio 23, 2008

Literatura paranoica y el cielo morado, como su pañuelo.

Y hablábamos del miedo que no del tiempo. Y yo ahora hablo del tiempo de crono que no el atmosférico. El tiempo que pasa, que pasamos, que se nos pasa… el arroz dicen por ahí. Yo tengo la paella pensada, preparada, lista, en su punto. La tengo pa’ ella. Y no lo sabe. O sí. No, no creo que lo sepa porque ni yo mismo lo sé. No quiero saberlo. El caso, si hay caso, es que cada cierto tiempo, ese que pasa, me da un motivo para plantearme cosas, o algún que. Me da respuestas a preguntas que no formulé. Me da cuestiones a responder de preguntas que yo inventé. La chica del pañuelo lila. No es una canción ni mi próximo escrito para el blog. Ella es alguien, como no. Es un quien. Que según donde se sitúe, si en mi cabeza o si en la luna, puede parecer un que. No es su que. No puede serlo. Ya quisieran los expertos. Los entendidos, los que no tienen ni idea de lo que sentimos.
Y se me da bien escribir, o al menos eso hago durante mi insólito discurrir. A veces, entendible o, como ella diría, evidente. Ella no lo quiso en su escrito. No lo imaginaba. No sabe de que hablo cuando la pienso. Mucho menos sabe que la pienso. No lo sabe aunque ahora pueda, que no quiera, saberlo o mejor creerlo porque nunca lo sabrá. Es un secreto. Confesable, a voces silenciosas tras el pulsar de teclas con la intención de mis letras. Sus letras. Que no lee ni piensa. Para que se las crea. Y aparecen en una ventana. Donde no llega el sol, si acaso la luna. Pero no lo sabe. Porque a ella la tengo en mi ventana como imagen. Para que no me olvide de con quien hablo cuando nunca la veo. Porque se hace quien cuando hablo de un que.
Callado. Misterioso. En la duda quizás temeroso. Aunque no le tengo miedo más que al que ella pudiera sentir. Porque la estimo más que miento. Y miento mucho. Más que escribo. Pero nunca se lo digo. No lo pienso aunque ahora lo escribo, no miento pero tampoco se lo digo.
Escondido. Reservado. Para ti. Un hueco en mi cabeza. Hueca. Como los secretos que no se cuentan porque son secretos. Secretos que cuelgan de una cuerda que espera que él tire. Y cuando lo haga lo sabrá. Y yo con ella. Me lo contará. Dejará de ser secreto. Inconfesable como (su) amor. Inexplicable, incoherente, contraproducente. Sin querer. Distantes, como yo. Como ella. Como los dos. Como su luna y el sol. Dijo algo del viento pero ya saben que las palabras…
Y empecé hablando del calor, “la caló” por aquí, pero lo borré y empecé con el tiempo. Que pasa sin miedo. Porque no sé lo que digo. Y a ella, bien sabe que la temo.
“Todas las palabras son una utopía. Si yo fuera un gallo otro hombre cantaría.” Eso dice una canción que me encanta. Que no digo el título porque se asustaría. Y digo que otro hombre cantaría porque literalmente así lo hizo. Quién sabe si aún lo hace y… ahí tenemos el que, o no. Y digo que todas las palabras son una utopía porque leerme a mí se convierte en una odisea. Nada que ver con la intención suya de no hacerse entender en cada actualización. Que si adivino o especulo, que si las hipótesis que me surgen de sus palabras son ocasos de ingenio de mi penosa imaginación y relación de conceptos como luna, estrellas, viento y secretos en silencio. Los de la Gestalt saben que hablo y tú que no eres tonta, porque estás en mi lista. Y no sé aún en cuál. Porque si escucho el latir de la luna que siento más cerca que la tuya, la mía. No quiero saberlo. Mejor me quedo como estoy, como estamos… con tus letras y tu pañuelo morado. Y es que entre las líneas de su discurrir surgieron, una y otra vez, de diez en diez mis dudas y viendo la imagen volví a entender eso de que no hay amor que sea amor si no es con lunas.

martes, junio 17, 2008

Viciosa

Bajo las escaleras, esta vez, de uno en uno. Lamo su cuerpo de arriba, abajo. No he llegado a besarla, nunca lo hago. Le mordisqueo la oreja, baboseo su cuello, sus pechos… me quedo sin saliva. Respiro. Beso su vientre, el costado, y masajeo sus hombros. Toco sus pezones. Con cuidado. Los rozo a conciencia. Mi lengua está en el borde del precipicio. Escucho su respiración y relamo. Suave, luego con fuerza. Lo descubro, lo observo y lo beso. Se excita. Cómo no. Chupo repetidas veces. Una de ellas, alzo la mirada y la veo estremecerse, escurrirse sobre sí misma, ocupando todos los rincones de mi coche. Vuelvo a él. Acapara toda mi atención, es el protagonista y mi lengua el Oscar al mejor actor secundario. Ahora lo acaricio. Dulcemente. Mientras aprieto sus nalgas. Contraste. Lamo su areola. Y soplo sus pezones encharcados. Como mis dedos. Mi barba deja huella. Como sus uñas. Le susurro al oído. Viciosa. La miro a los ojos y la beso. Está contenida, sin apenas respiración. Vuelve en sí y busca mi atención. La encuentra y juega con ella. Pero no la dejo, aún no. La acaricio de nuevo. Está vez con mi barba de tres días. Despacio. De arriba, abajo. Paso por sus pechos. Izquierdo, derecho. Pincho sus pezones. Erectos, como toda mi atención. Deslizo mi barbilla de púas naturales por su cuerpo desnudo. Me detengo en su ombligo, lleva un piercing. Lo observo, la miro y le sonrío. Me pone que esté perforada. Me pone perforarla. Ahora sí, mi atención es toda suya. Su sentido es perfecto. Bello y delicado, a la vez que gordo y apetecible. Mi barba le roza tres días, la pincha. Eso debe sentir. Se encoje, se agita. Me tira del pelo. De atrás. Subo y repito. Viciosa. Bajo y perforo. Mi atención se empapa de ella y aunque dura, entra y sale a cámara lenta. Me gusta verlo al principio. Es toda mi atención sobre ella. Qué menos. ¡Sí!. La oigo. Farfulla. Sonrío. Acaba de correrse. Otra vez. Me maldice. Podría enamorarse pero dice que aún soy muy joven. Treinta tampoco es tanto. Y no soy tan joven. Me gustan sin sentido, y casi sin bello. Me da igual su edad. Ella disfruta demasiado y teme a este Don Juan. Quiero que escribas sobre mí. Ya lo hice ayer. ¿Suena vicioso? Suena soez. Viciosa.

viernes, junio 13, 2008

Cambiar de vida.

Las 2:05 h. de un viernes y de un jueves extraño ya pasado y al que no estoy acostumbrado. En otra situación, la que llamamos normal, llevaría ingeridas varias cervezas y estaría saltando de impaciencia por tomarme el primer whisky.
He subido de dos en dos las escaleras que llevan a mi habitación. Siempre las subí de dos en dos pero nunca fue siempre mi habitación. Esto último no me suena bien pero prefiero creer que lo arreglo poniéndolo en cursiva y seguir escribiendo que borrándolo.
Respiro hondo al final, en el último escalón. Me freno, permanezco parado, quieto, sólo sin moverme. La claridad queda simplificada por el reflejo de un tercio del contorno de mi cuerpo en el oscuro ambiente que separa el último peldaño de las escaleras con el baño que está junto a mi cuarto. Me observo efímeramente. Aunque tengo la lección aprendida no sobrepaso el marco de la puerta, decido no cepillarme los dientes. El borde mi boca resulta sabroso. Mis labios aún tienen la sapidez de esos mini helados simuladores de los Magnun. Esto me recuerda que olvide la botella de agua abajo. Hace rato que la saque del frigorífico y debe de estar caliente, como yo.
Las ganas de dormir para no acostarme, de sentarme en la silla frente al portátil y notar el calor, el sudor de mi culo humedecido en este pijama que ni es de verano ni es de invierno, me es tan apetecible como vomitivo y exagerado todo a la vez.
El silencio en soledad y una mirada furtiva a mi alrededor merman mi conciencia pisoteando una vez más mi creencia errónea de que actualmente la vida no me va tan mal como pensaba.


Carpetas de colores con fotocopias de fichas de las últimas clases de inglés que di en los talleres para los colegios de primaria. Sobre éstas, publicidad variada y cartas del banco. Alguna factura telefónica de meses en los que solía hablar más de la cuenta de ahorro y sus movimientos en cajeros y estaciones de servicio. Una bolsa de una tienda de la última compra que hice. Vacía, la camiseta está en el cesto, encestada junto con ropa manchada, sucia o maloliente. Bordeando esto, múltiples regalos de la última fiesta de Cutty Sark en el bar. Fue en Abril. Junto a las carpetas un par de libros a medias. Leo sobre ajedrez y no juego nunca, más que en mi cabeza. La gente prefiere jugar al parchís, comerse una y contarlo como veinte. Una tarrina de veinticinco cd-r, me sobran dos. El último disco original donde me he gastado las pelas. Saldremos a la lluvia. Algún diccionario de inglés y una guía práctica de conversación. Con ella pasa como con el juego de ajedrez, que la gente prefiere contarse veinte. Un bote de colonia sin colonia. Dos lapiceros con bolígrafos que nunca utilizo pero que están ahí por si acaso. Igual que los palillos de bambú de aquella vez que fui a un restaurante asiático. A uno bueno, limpio o más que los demás, o no, pero si más caro. Siendo como fuera acabo de acordarme de ella. Cómo olvidar su delicado cuello. Llevaba el pelo corto y se lo dejaba mostrar de un modo discreto pero provocador. Tan provocador como mi vida y tan discreto como yo con ella. Veo también dos dardos, uno azul y otro rosa. El niño y la niña. No tengo diana porque está con Alfonso. Esto es un chiste fácil y malo. Los dardos me los traje de recuerdo. Estuvieron años clavados en la puerta de mi primera habitación. En uno de los lapiceros, una regla. Es la que me recuerda que mi vida está torcida y que catorce centímetros son suficientes. Sobre el tablón, en una de sus esquinas, reparo en una de las tarjetas que se mantienen sin chincheta. Es de Proyecto Hombre-Madrid. No puedo olvidar mandarles un e-mail diciéndoles que no acepto las condiciones del contrato porque no estoy en condiciones de trabajar para ellos.
A mi izquierda más libros. Algunos de texto, de primaria y secundaria. El dvd original de El diario de Noa. No es mío y ahora no recuerdo quién me lo prestó. Un paquete de toallitas para bebés. Un atril que no uso ya. Una almohadilla para el ratón donde se celebra el 25 de Octubre el Día de Internet. Llevo sin ratón desde el año pasado. Fundas de gafas. Y gafas sin fundas. Un pañuelo de motorista con la publicidad del bar de copas donde trabajo los fines de semana. Ya sólo me falta la moto y el casco. Igualmente sobre el tablón cientos de miles de millones de etiquetas de marcas de ropa y sí, es una hipérbole. Entradas de conciertos. Algún recuerdo y fotos de familia. Padre, madre y hermana. Otras de amigos y otras de amigas que fueron sólo de noche. Por qué los hombres mienten y las mujeres lloran, es otro libro. Mi bluetooth. Tu redyo. Otro chiste malo. Un clip estrangulado pero con sus puntas alejadas entre sí y manejables porque sí. Es de lo que más uso regularmente de mi escritorio después de la computadora. Me encanta acariciarme con él. Su cosquilleo me pone los pelos de punta gracias a sus puntas. Que no putas.


Algunos pensaran que existe desorden. Otro que no. Estos últimos deberían de ver la mesa. Sobre mi cama desecha con ganas, tres pantalones que habían permanecido siglos de arrugas en el canapé abatible de la cama de mis padres. Aún no le pregunté a mi madre que hacen aquí. El móvil, la pulsera de cuero y la ropa que llevé esta tarde. Sólo salí de casa una hora y media. No follé pero me tomé un helado mirando al mar.

Cinco pares de zapatos. Miscelánea en el calzado adornan el suelo de mi cuarto junto con la maleta del ordenador y dos bolsas con ropa. Una de ellas no sé que guarda. La otra, el uniforme de voluntario para las pruebas de mañana. Una papelera hasta arriba en una de las esquinas de la habitación. La uso de zapatero. Cuando la puerta está abierta el zapatero no se ve y la papelera tampoco. Si está cerrada vemos además el perchero. La mochila cuelga de él. Y catorce acreditaciones. En muchas de ellas pone: TODOS LOS ACCESOS. Curioso. Hay tantos sitios donde quiero acceder y no puedo… una sudadera a cuadros. Como mi madre cuando pasa por la puerta de la habitación. Y la parte de arriba del pijama. Sí, ese que estás pensando que ni es...
Yo, en cambio, pienso que las sillas para escritorios en general deberían ser fabricadas con el asiento infinitamente más cómodo, pensadas para la cantidad desorbitada de horas que pasa un joven sentado frente a la computadora (!¿estudiando?¡) y con el respaldo alto y acabado en forma de percha. Por qué. Para colocar la ropa. Ello conllevaría a cambiar el modelo de silla de sobremesa actual, en el que además de ruedas para moverte lo menos posible a pie por tu habitación tenga una carga más que importante en la base. Por qué. Para que cuando no estés sentado no se caiga con el peso de la ropa. Después de esta creativa exposición sobre el diseño de la silla del futuro y de la puerta de atrás de los sueños y el bostezo prolongado de la insensatez con la que mis dedos teclean palabras sin sentido, no puedo dejar de soltar una mueca que no veo reflejada más que en mi absurda imaginación para hacer un comentario sobre algo más desacertado y desatinado que la propia y misma insensatez de mis dedos: el gorro de piscina negro que lleva mi flexo gris. Sin duda el negro y el gris son matices que acompañan. El flexo incluso tiene detalles en negro. ¿Flexos que van a la piscina, un gorro para tener buenas ideas mientras nadas? El gorro queda inútilmente iluminado, como yo hace tres párrafos atrás.

El desorden de mi habitación. El único lugar donde me encuentro totalmente seguro de quién soy, es sólo el reflejo cotidiano de un pagaré al portador que espera ser cobrado. Mi vida en días como el de hoy toma sentido para darme cuenta de que vivo en un sin sentido. Lo sé. Mis juegos de palabras tienen el honor de presentarles la boludez en expresar algo que todos entendieron. Mis juegos de palabras son tan fáciles como yo, pero yo soy tan complicado de explicar que mi vida parece un juego de palabras.
Soy agradable con quien tengo que ser borde. Bordeo la amabilidad cuando debería ser impecable en educación. Soy educado y divertido tomando un café y un poco chulo y divertido tomando una copa. En la cama simplemente impecable. Para las que se acostaron conmigo, es literatura. Para las que no, es sólo una tímida llamada de atención sobre mi persona.
Algunas me describen a base de análisis morfológicos y sintácticos. No digo que sea malo. Pero no puedes comparar un verbo predicativo escrito cuando en persona puedo ofrecerte uno copulativo. Otras miden la cantidad de gomina que cubre mi cabeza. Intentan deshacerla y no se dan cuenta que mi cabeza hace años que se deshizo. Aún no se percataron que lo ideal para mí, y en su propósito, es hacer y no deshacer. Las que cuantifican, también valoran el número de lentes de colores que uso. Si antes una persona con gafas podía resultar interesante, ahora una persona con cuatro pares de gafas puede resultar cuatro pares de veces más interesante. En fin, lo mío, como puede apreciarse, no son las matemáticas. De éstas, se salvaban los conjuntos. Y eso ya no aparece en los libros de texto escolares. A mí me encantaba hacer conjuntos con Marina y Virginia. Gloria, a veces también se juntaba. Por cierto, Gloria ha mejorado mucho con la edad. Yo la veo por la calle y paso de largo. Si fuera fea la saludaría y no sería borde, sino educado. Lo entendiste ¿no?

A veces, confundo conquistar, llevar a la cama y enamorar. Si me parece demasiado fácil te llevo a la cama, en su defecto asiento de atrás de un coche de los que se clasifican en el grupo de compactos, que si miras en el diccionario de sinónimos aparece: tupidos, cerrados, impenetrables… paradójico ¿verdad?
Si me enamoro intento conquistarte, pero si antes de ello te llevo a la cama, me desenamoro seguidamente. Con lo cual tengo que conquistarte para enamorarme y inmediatamente llevarte a la cama. No entiendo muy bien la relación que acabo de hacer pero tengo la cama demasiado cerca y estoy duro para enamorarme. En otra situación, la que llamamos normal, un joven, también normal, a estas horas no dudaría en masturbarse frente a una chica de no más de veintidós que se grabó con la webcam y que colgó su vídeo calenturiento para el disfrute de todo tipo de desechos noctámbulos masculinos y lésbicos, porque supongo que a las lesbianas también le gustara ver este tipo de vídeos. Por cierto, tengo que actualizar el paquete de Office. Puse lésbico sin acentuar y el corrector maravilloso de Word no reconoció la palabrita, en su caso aceptaba léxicos. Otra paradoja del destino. Cuan glosario, repertorio, vocabulario se me escapa de las manos porque ni siquiera ronda de casualidad por mi cabeza. Contigo me pasa lo mismo. Eres el más antiguo y sentido de mis romances inolvidables, sé que me lees y jamás obtuve ninguna crítica, ninguna mísera opinión. Hay dichos populares que dicen que si callo que todo siga como siempre, para los más populares el que calla, otorga. Y para los idiotas el mismo que para las gaviotas. Sabes, ¿no?

El peso de carpetas de colores, de cuadernos con anillas, apuntes fotocopiados, otros pocos, a mano y AZetas dan un toque poco o nada estético en las baldas de las estanterías de mi habitación. El desorden de mi escritorio, donde nace porque paro palabras con un mínimo de sentido y orden, se confunde con la leve capa de polvos de mis escritos. Ninguno editado por falta de polvos que no de talento. Un sitio donde colocar las llaves y la cartera para nunca olvidarlas. Un espacio neutral donde permanecer cuando no quiera existir debe ajustarse al modelo de vida que soñé y no al que pregono entre estas cuatro paredes con fondo amarillo y apagado.

Libros a medias, como mi vida. Habitación desordenada, como mi vida. Escritos incoherentes, como mi vida. Corazones quebrados, como mi vida. Sueños absurdos, como yo.
Creo que debo cambiar mis gafas y ponerme lentillas. Cambiar la decoración de mi cuarto. Cambiar de vida.


martes, junio 03, 2008

Sacado de contexto (fol. 4)


Sin fijarme en las miradas


Yo que probé tantas bocas
pero mi corazón nadie provoca
ni me estruja el alma,
el alma como tú.
Si yo miro mi pasado
reconozco que he pecado,
anduve en cuerpos y caras
sin fijarme en las miradas...

Sin fijarte en las miradas...

anduviste por labios, perdida.
Corazones rozados de pasada
dejando almas malheridas.
Mira tu alma, mira tu pasado,
y no te fijes en mis palabras
porque yo también he pecado.
Sin fijarme en las miradas
recopilo almas en mi cama.
11 de Marzo de 2008 18:47

No pasa n a d a...

Yo ya me di cuenta que la vida no era eso.
me caigo y me vuelvo a caer,
me levanto y veo amanecer,
me pierdo los viernes y también los jueves
y me jode mucho si tú no vienes...


Es abrazarte a quien te abraza,
y quien no me abraza pierde su plaza.
A ti yo me abrazo

hago un nudo de dos lazos
que me ata a tu cuerpo...

y si no me abrazas,
ya sé, por ti, que
no pasa n a d a...


22 de Marzo de 2008 23:11

domingo, mayo 25, 2008

La chica del bus

- No. Voy en bus.
- …
- Porque sí.


Pocas veces sé en que día vivo.

- Sí, es lunes. Eso si lo sé. Pero día del mes digo...

Miro el calendario que más a mano tengo. Normalmente, el que viene en el móvil. Después de conectar la alarma para nunca levantarme es lo que más uso, el calendario. Ver pasar los días en él y no saber que día es. Poner la alarma, despertar sin ti y alarmarme de otro amanecer en el que no estás y sin saber qué día es.

Un billete para Madrid a las…

- Sí, otra vez a Madrid. Tengo entrevistas. ¿Qué te pensabas que iba por amor?

Asiento 26. El bus está medio vacío o medio lleno. Me siento en el 29, ventana, para ir solo. Mejor que mal acompañado.
Durante incontables paradas voy ocupando asientos que no son el mío. Esta vez la pausa del camino es para comer. O para retrasarnos otro ratito. Veinte minutos escasos. La gente come rápido, quiere llegar ya. Sube todo el mundo y quedo de los últimos. Vuelvo al asiento que no me pertenece. Allí, una chica ocupa ese asiento. Puede ser el suyo. Así que ocupo el del lado del pasillo.

- ¿Prefieres ventana? – me pregunta educada.
- No, no te preocupes. – respondo igual de educado.

Creo que es la morena que estaba antes delante de mí. Sí, es ella. En la parada anterior se le sentó al lado un “mal acompañante”. Suele pasar. Nadie quiere viajar al lado de alguien que fuma, y aún menos cuando en el bus está prohibido hacerlo.

Normalmente viajo solo. Tengo suerte, supongo. Si no me toca la típica persona mayor. Siempre mujer. Y sí, suena muy típico pero es así.
Reanudamos el viaje. No puedo evitar observarla. La tengo demasiado cerca. Es inevitable. Ella hace lo mismo. Intercambiamos pausas para observarnos. Cuando se te sienta alguien al lado, o te toca porque el bus está lleno, la intención de uno es ir a lo suyo y hacer creer que tener un desconocido a diez centímetros de ti durante cinco horas es algo normal. Y lo es. Salvo en los viajes que duran menos de cinco horas.

Ojos grandes, enormes, soberbios. No aprecio el color, pero oscuros son. Su pelo es largo, moreno, algo rizado. Me resulta despeinado. Observo sus manos y en sus dedos veo sus ojos. Sus uñas son de purpurina. En sus ojos su piel es fina. En los míos, morena. Oscura, negra. Como sus ojos en mi cabeza, grandes y negros. Me parece perfecta.

Un “love” de corazón lleva por almohada. Un corazón rosa con esa inscripción. En su ropa detalles “pink” son una constante, resulta cursi. Yo también debo serlo porque lleva un corazón por almohada y me parece una monada.

Le acompaña “La casa de los espíritus” de Allende… cuando yo me leí ese libro ella estaba aprendiendo a leer. Durante el camino, apenas lee. Lleva diez páginas escasas. Prefiere el móvil. Lo manosea. Llama y mensajea. A ratos cabecea. Quiere dormir mientras escucha su música, quiere dormir.
En una de sus muñecas viste nueve estrellas iridiscentes de pulsera.

Tiene frío. No se pone la sudadera rosa, se arropa con ella. Cubre sus pechos. Son como sus ojos. No le asustan los túneles ni las bajadas empinadas. Quiere dormir.

Nuevamente hacemos un stop en el camino. Los asientos que ocupamos ya estaban reservados, así que nos levantamos. Me pierdo en el estrecho pasillo del bus. Me encuentro. Hay libre un asiento. Y otra vez pasillo. En la ventana, ella también. Me encantan los pasillos. Hago recuento. Y sé que ya no habrá más paradas. Asientos 23, 25, 27 y 29. Las ventanas son los impares. Es lo que ella prefiere pero se pierde el paisaje.

Lleva una vaca con ruedas por maleta. En sus pies, guantes de calcetín y sus deportivas de Roxy y pink.
Visionan una película en el bus. La última vez que bajé pusieron el mismo film. Me fijo en sus auriculares. Son curiosos, casi tanto como yo.


- ¡Ah! Y la chica rubia del asiento del otro lado del pasillo es clavadita a mi ex-.

martes, mayo 20, 2008

De Ninive a Clandestina pasando por Galamina

"La historia que les voy a contar tiene un principio -como todas -, pero aún no tiene un final." Y aún no lo tiene porque acabo de empezar. Y quizás no lo tenga, quizás acabe con puntos suspensivos… me gustan los tres puntos. Abuso de ellos. Demasiado. Son como yo. Suspensivos. Traidores y llenos de pasos atrás.

La historia que les voy a contar tiene un principio y es real. Empieza así. Terminando un relato a medias, sin final. La historia que les voy a contar tiene un principio y de momento este principio se repetirá, y mientras lo haga no dejaré de teclear.

La historia que les voy a contar tiene un principio y en todas las historias es igual. Todos controlan como empezar pero pocos saben o esperan como terminar. Pasa así en el mundo de ElCuentaCuentos. Hoy, más que nunca, todas las historias tienen un mismo principio. Hoy, más que nunca, empiezan todas igual pero no terminan, no acaban, aún no tienen final. Muchas lo tendrán. Otras no quieren tenerlo y la mía, como te dicho antes, acaba de empezar.

La historia que les voy a contar tiene un principio. Comienza leyendo a Carlos ("Ninive"), y no su relato sino su comentario en mi blog. De allí, cojo un avión y vuelo a su espacio. Aterrizo y veo un mar de historias. La más infinita me cala y navego por ella dejando un rastro de leve espuma, de palabras que se ahogan para que sean interpretadas por los náufragos confundidos por la bruma. "Espejismo de luna llena" se llama. Alucino literalmente. Releo para entenderme. Me entiendo, y escribo para que me comprendas. Pero suena mejor en mi cabeza. Quiero ser espejismo de luna llena. Quiero estar en la mente de Carlos. Ser lo único objetivo dentro de tal subjetividad. Quiero entender y no equivocarme. Quiero estar lleno de lunas vacías. Luego vaciarme de lunas para que éstas vuelvan a estar llenas. ¿Y yo? yo me iré con las mareas. Y si no leen a Carlos no entenderán el espejismo de mis letras. Ni las suyas. Su historia tiene el mismo principio -como todas -, pero aún no tiene un final.

Leo a Galamina. Su historia empieza igual. Tiene el mismo principio. Ella tampoco tiene aún final y lo que cuenta me suena a verdad, mi ilógica e "irracional" verdad. Y si no me creen, lean su historia del viernes nueve. Su entrada y mi comentario de salida. Que leas esto y lo entiendas, o no, porque da igual. Eso es lo irracional. "Puedo llevarme horas así, describiendo esto. La misma situación una y otra vez. Un bucle de mentiras, engaños y pasos atrás. Porque no existe un final y nunca existirá". Fíjense lo que dice Galamina. Y a mi historia le viene genial, son palabras que yo mismo podría utilizar. Esta chica me puede, ella sabe que me puede. Yo estoy "esquivando la tentación", pero me puede. Y podrán imaginar, mal pensar y hasta criticar… pero no saben que nos une y con esto puedo hasta vacilar, a vosotros haceros dudar y a ella dejarla sin su final. Y es que esta chica me puede. Quiero ser protagonista anónimo, si me dejan. Quiero ser un cualquiera, alguien más, o alguien menos. Alguien que le está de más o alguien que le echa de menos. Y con esto puedo hasta vacilar pero ya saben que me puede y es algo que no logro remediar. La misma situación una y otra vez. Porque no existe un final y nunca existirá.

De Galamina con fondo verde, al fondo oscuro de Clandestina. Y lo sé, soy un chico fácil como mis rimas. Pero está salió sola de una esquina. La que hace la "sombra blanca" de la habitación de Clandestina. O de la mía. Quién sabe.
Deambulo por su blog. Es nuevo para mí. Ella lo es en ElCuentaCuentos, y huele a eso, a novedad. Y huele bien, para que os voy a engañar. ¿A qué huelen las sombras blancas?, ¿Existe el desnudo sideral? Me crea dudas, interrogantes a los que sin conocerla remediaría para trasnochar… darle soluciones absurdas, teorías imposibles de práctica, hipótesis fugaces que se corroborarán en los astrolabios de todos los que piden deseos a estrellas que nacen de conjeturas y suposiciones en un espacio negado al amor, vacío. Como yo. Sin luna llena. De amor vacío. Sin los labios, sin los astros. Desnudo yo ante ella, lejana, sideral. Otra vez alucino. Parece por momentos que deliro, y como la vida doy vueltas, como tu planeta, giro y giro buscando un enlace, un vínculo útil para que guste lo que escribo, para que sus protagonistas lo entiendan, y le den a la historia el sentido que en mi cabeza, y a partir de una frase, había nacido.

Y lo avisaba. Esta historia aún no tiene final porque la dejo como empezaba: la historia que les voy a contar tiene un principio -como todas -, pero aún no tiene un final…


* * *

Más historias con el mismo principio en ElCuentaCuentos

sábado, mayo 17, 2008

Descalza

- ¡Perdona!, ¿tienes hora? el autobús está a punto de llegar y no sé de que color ponerme los zapatos. - me pregunta. No lleva reloj. No tiene clara la hora ni de sus zapatos el color. No sabe que sus ojos tienen el matiz, la tonalidad, la coloración perfecta. Su mirada llena de pisadas sin hora dejó su huella en mí, para siempre, eternizada, como el tiempo que no para, en mi mente.
Aquella noche, el autobús tardó en llegar. Cuando por la parada la vi asomar su destino también tuvo que esperar.


Su pelo largo y liso le tapaba medio rostro. A veces, lo dejaba ver con un simple gesto, o con una pasada de su corto dedo índice por la autopista de su frente. Hombros delicados, descubiertos, acompañando a su transparente cuello. No estoy dormido pero me parece un sueño. Se viste elegante con un vestido negro ajustado, tanto que envidio sus telas. Algún botón de complemento. Me siento cosido, deseoso de ser abrochado por momentos. Cinturón ancho, casi dilatado descansa en sus caderas, redondas como sus botones, me creo loco pero tengo razones. Y a esa altura se esconde su ombligo. Me excito de pensarlo, de creer que la persigo. Sus rodillas perfectas. Inolvidables. No llevaba medias, su piel tiene el color de mi vida, de la más imperdonable. Además, es fina y tersa. Se decide por un tacón de aguja que se clava en mi pecho, ocho milímetros incrustados en mi ventrículo derecho. Zapato picudo. Me imagino mi nariz hundida en su felpudo. El color como yo, rojo pasión. Esclava discreta, mía y, de sus muñecas. Pendientes de bola tersa, como sus piernas, como yo, pendiente de ellas. Su boca capitaneada por sus labios, también rojos pero mucho más discretos que su brazalete, esclavo me vuelvo de sus muñecas. Decide descalzarse. Camina con pies desnudos por mis pisadas, camina hacía su final. Por un momento siento calor, hacía tiempo de esta sensación.
Un lunar en su mejilla izquierda se encuentra rodeado de pequeñas marcas de la varicela.
Contagiado, con fiebre y erupciones cutáneas podrían ser los síntomas de haberme enamorado, pues me siento enfermo e infectado, y sé de que hablo.

Pasan los minutos y a lo lejos una luz parpadeante, las 00:00 horas, se encargan de deshacer el momento. Se rompe en pedazos cualquier mágico instante y se reabre un camino en el que el tiempo y sus zapatos ya no se darán la mano.

- Sube - le digo mirándola a los ojos-, yo te acompaño.

Le cojo su mano, aún está caliente. Seguro de mí mismo, le muestro el camino a su lecho.


***

A cuatro manos, dos mentes, una misma historia, dos personas viviéndola.

La chica descalza.


JuAntonio y JarA

lunes, mayo 05, 2008

El cuento de un cuentista (un final)

Eran las 00:00 horas exactas cuando dejó en el suelo la bolsa de viaje que portaba. Se quedó mirando de frente el bus que lo llevaría hasta su destino. Coger un avión requería de mucho tiempo y de más dinero. Ir en tren dependía de ajustarse a unos horarios bastante limitados y/o de hacer trasbordo, lo cual no le convencía demasiado ya que perdería mucho tiempo en el camino y lo que el quería era estar lo antes posible junto a ella.
Se había creado una carpeta de música especialmente para este viaje. Todas canciones que había compartido en algún momento. Algo de Quique González, Luís Ramiro, lo último de Iván Ferreiro y ECdL… en un momento del viaje, en su mp3 se oía a Carlos Chaouen, pero su cabeza trastocaba la letra de la canción a su antojo.

- “De Huelva a Madrid sólo hay un cacho y desde ti hacía mí no salen barcos…” -canturreaba pensando en ella continuamente.

Había pasado un mes sin apenas saber de ella, y sin embargo sólo habían transcurrido escasas horas desde que leyó aquel mensaje vía messenger. Casi en las mismas horas estaría en Madrid, a su lado, ocupando su espacio y su vida, invadiendo su mente y su cuerpo.

Bajó del bus. Había recorrido seiscientos veintiocho coma cinco kilómetros en seis horas y cuarenta y siete minutos. Para él no era una gran distancia, no era tanto tiempo, pero el cansancio provocado por la incomodidad del bus y el estado de nerviosismo que habitada en su reloj interno fue suficiente para que le diera la sensación de sufrir de jet lag.
La inmensidad de Madrid, el vacío lleno del tráfico, la gente corriente en el metro, los ruidos, de arriba y de abajo… pero sobre todo, sus ojos le trastornaron demasiado. Hacía unas horas estaba sentado en la silla de su habitación eliminándose de las cadenas de correos electrónicos reenviados, leyendo historias, creando la suya propia y cambiando su rutina por un parpadeo anaranjado. En cambio ahora…

- ¿Metro o cercanías? -le dijo sonriendo-
- Me da igual. ¿qué es más divertido? -preguntó sabiendo que a partir de ahí empezaría la diversión-
- El bus. -contestó ella con la particular ironía que la caracterizaba-
- Pues cercanías que está más cerca. -dijo él queriendo seguir con las bromas-

Desde la misma estación de Méndez Álvaro accedieron al andén del cercanías que les llevaría a casa. En aquellas vías, casi sin darse cuenta, le vino al recuerdo el fatal suceso de aquel once de marzo. Sus bellos quedaron como escarpias, y más aún cuando ella le dijo que el mismo tren en el que estaban era el que venía de la estación de El Pozo aquel fatídico día. Ambos quedaron en silencio un largo rato.


Llegaron a su casa. Ático discreto en pleno centro de Madrid. Vistas al mar que le daban un no sé qué, que qué sé yo. No tenía, como yo ahora, palabras. Todo en aquel espacio estaba en lo que llaman un desorden ordenado. La cama arriba, el sofá abajo. Un pequeño escalón que dividía la caja de zapatos en dos. Escaleras automáticas propensas a caídas, personales y de fregona. La espaciosidad el baño se confundía con la timidez de la cocina. Allí los guisos se hacían bajo estricta referencia bibliográfica junto a un callejero gigantesco de Madrid, libros, propaganda de restaurantes, promociones de galerías de arte, revistas de moda que no incomodan, cds de artistas de renombre y otros jamás nombrados, vinilos despintados, posters doblados, bolsas con cajones y cajas apiladas con bolsas encajonadas. Cocer un huevo para hacerlo duro era tan difícil como encontrar algo concreto en las páginas amarillas sobre áticos de nieve en un desierto.
De esquina, donde se hace curva, una puerta se abría hacía el país de las maravillas. En perchas de madera colgaban sus vestidos y entre ellos, sus camisas perdidas.

- ¡Tus camisas entre mis vestidos! –exclamó con cara difusa por el espasmo y el desconcierto de sentir la más dura e inimaginable invasión de un espacio que siempre había compartido con su soledad, a solas, sin más-

Sí. Allí estaban sus camisas. Dejadas caer entre sus vestidos, confundiéndose. Su cepillo de dientes ya tenía un amigo. La bolsa de viaje vacía encontró un lugar para permanecer unos días y él, con todo su ser, literalmente se instaló casi sin querer.
Y aunque ninguno de los dos lo sabía, y ustedes aún no lo sepan, “siete de tres” son los días que perduró sin querer.

Y hubo días que pasaron como las prisas de una ciudad que marea. Había pasado más tiempo del esperado asomado, viendo el mar desde lo lejos. Caídas de estrellas fugaces que se fugaban cada noche cuando la luna les molestaba en la altura infinita y acogedora de su cama. Hubo mañanas que la veía llegar tras el cristal con el crujir de la puerta y la oía desvestirse deseando que entrara en el amanecer de sus noches sin luna, desnuda. Un beso repetido y una pasada de un palmo de vida por su cara le hacían sentir el más pobre y afortunado pez con alas, de esos que nadan en la inmensidad del océano pero ansían volar bañándose entre las nubes y claros del cielo.

Y es que lo tenía todo. Ella es una chica peculiar. Por eso le gustaba. En poco tiempo se dio cuenta de ciertas curiosidades, detalles que le atraían especialmente, aspectos de la vida de las personas que ni aunque te lo cuenten puedes imaginarlos. Le encantaba su manía de colocar bien sus braguitas por debajo de la minifalda. El detalle de sujetar el tapón del frasco de perfume de Calvin Klein a modo de dedal mientras lo tomaba con la mano izquierda para refrescarse antes de ir a dormir. Su particular obsesión de que siempre había alguien que la mira por la calle, que posa sus ojos en ella. El día que llegó sus ojos se posaron y quedaron cazados como un jilguero en una rama de liria.

Conocimiento. De eso se trató. Además, conocer nuevos sitios en Madrid. Tenía cientos de cosas que ver y que enseñarle. Delicadas quedadas. Comidas soleadas e infinitas miradas en plazas y bocas de metro semiabandonadas. Charlas absurdas que sólo codiciaban risas y más miradas. Pedir las cosas por favor y dar las gracias al camarero fuera del comedor. Una copa de vino, una cerveza fría, un aperitivo y otra comida, por favor. Se conocían. Confesiones tras el espejo de media rebanada de pan de ayer, café solo y agua sin vaso, por favor. Curiosidades. Preguntas y réplicas cuestionadas. Le atraía, le ponía que ella tuviera siempre dos respuestas en la mente. La que le deja a cuadros y la que le empuja contra la pared, le abofetea la mejilla y luego le besa dulcemente. Y sí.


Yo sé que los que han leído el cuento lo han pensado ya, lo están esperando.

Sí, hubo sexo. Antes del amor hay sexo. Y antes de mucho amor hubo mucho sexo. Destrozarse por dentro para acabar marcados por fuera. Los restos de las batallas guardados y hechos una bola con las sábanas, las secuelas de disparos ametrallados en la funda de su almohada, las heridas de caricias ahogadas en los sudores de velas consumidas en la palmatoria de su excitada morada. Inevitablemente, hubo mucho sexo.

Descubrimiento. Los abrazos entre la multitud expectante al cambio de color parecían eternos, pero no. Los semáforos no son eternos, tienen tiempos limitados para unos y otros. Regulaban el tráfico de esa ciudad y también regulaban, en ocasiones, las demostraciones de cariño que de ella despertaban. Los coches pasaban sin cesar, de un lado y otro. Así, por cada una de las avenidas madrileñas. Mientras, los peatones se preparaban para el cambio a verde. Unos manoseaban el móvil, otros escuchaban música en sus modernos mp4, otros aprovechaban la espera para abrir el libro por la misma página que lo había cerrado al salir del metro, ¿y ella?, ella le abrazaba… y algunos les miraban de reojo, con la envidia de no ser ellos los rodeados por unos brazos ajenos, en el borde de una acera, junto a un semáforo en rojo.

Pasaban los días y aquella noche se constató bajo un Cadillac celeste, con dos de la que dicen es probablemente la mejor cerveza del mundo y sobre una servilleta de papel de aquel café que justo entonces aquello “tuvo lugar”. Resultó que tuvo lugar. Y más tiempo del que esperaban. Sí, tuvo lugar. No salió nada como planearon, cada uno en su sitio, se cayeron mitos, rumores e ideas. O no.
Porque no había nada pactado, ni siquiera la relación calentón-polvo. Efectivamente, no hubo pactos. No se pactaron la media de polvos al día porque había días que se quedaban a medias. Como cada conversación, que no tenía fin y se quedaba suspendida en el aire, así los días. Días a medias, conversaciones sinfín...
¿era
todo lo que debía tener lugar?
No, evidentemente no era todo, pero no podían exigir nada más, no debían exigirse nada más. No... Era mejor así. Tal vez. Nunca fue mejor así. Inevitablemente no sabrán cómo debió ser, nunca sabrán si "fue mejor así"... pero era lo que "había tenido lugar" y no hubo pactos... estaba en Madrid y él jamás pactaba sin el mar.


- Y ni siquiera cuando el mar está presente se atreve a decidirlo todo con una partida de ajedrez dónde sale el peón negro del rey. –le dijo ella apuntando de que siempre elije negras para el ajedrez-
- No me hables de ajedrez. Estás en jaque desde que deshice mi maleta y mis camisas colgaban junto a tus vestidos. -contestó como quien avanza con ambos caballos en dirección al flanco de dama.
- Desde que cerré la puerta de mi cuarto de baño y vi tu cepillo de dientes junto al mío. Desde entonces y mucho antes también. -movimiento de la dama negra-
- Mis camisas, mi cepillo de dientes, las copas en la nevera, que me quede bien tu gorro, que Lolita Versace quiera follarme... Y que no me eche gomina... Son sólo avances de mis peones. –un buen jugador de ajedrez sabe dominar la partida con los peones, ocupar el centro del tablero y comer al paso.
- Y para cuando llegue el jaque me habré aburrido de tanto ajedrez y desearé un parchís ("comernos una sola vez y contarlo veinte de lo bonito que nos aconteció") ¿Te acuerdas? -retrocede con su dama y busca las tablas ante un partida perdida-
- ... Me acuerdo, pero yo sólo juego al ajedrez. El que tira los dados es otro. ¿Te acuerdas? - por su cantada ahora la tenía en jaque y el mate estaba cantado-
- Eso va a ser, que tengo memoria de pez. -renunció a la partida
- Será... -checkmate-

Una tarde, él paseaba a solas por las calles del monopoli haciendo el obligado turismo monumental. Deambulaba por paseos sin árboles, se perdía en bulevares y sorteaba estaciones de metro sin rumbo fijo, sólo por acuchillar el tiempo. Larga caminata, infinita avenida poco avenida por lo que en breve le aconteció.
Caminaba por el callejero cubriendo del todo su rostro y su mirada al frente inútil de ver más allá de colores, líneas finas y arterias de vías de una ciudad sin descifrar. Andaba siguiendo los dibujos de las aceras, pendiente del ruido de coches y semáforos. Un auricular colgaba del cuello de su sudadera, también llegaba a oír la voz de Quique, le sonaba “a cara de perro”. Accidentado en un instante, el choque humano “tuvo lugar” junto a un banco bien avenido esta vez. Cayéndose el plano al suelo, él al banco y ella a sus pies. Los nervios del susto por el tropezón absurdo invadieron cada una de las calles de colores del callejero arrugado por la doblez en una docena de partes rectangulares. Tan recto el ángulo, tan llano se volvió. Coincidiendo las miradas. Los perdonas se alternaban. Lo siento se decían. Iba distraído. Y yo. Y yo. De veras que lo siento. No te preocupes. Sonreían.

- ¡Oye! Tú no eres de Madrid, ¿verdad? -le preguntó curiosa-
- Supongo que el mapa y mi acento me delataron, ¿no? -bromeó-
- Pues sí. -se rió sin apartar su mirada de sus ojos- Mi nombre es Johana. ¿De dónde eres?
- ¿Johana? –dijo embobado-


Hipnotizado por su rostro, aquellos labios pronunciados, su mirada inocente de ojos rasgados y profundos, su larga melena oscura brillante como el sol de aquella tarde y de un lado a otro de su mente, chocándose, sin querer, el nombre de Johana resonando en forma de canción…

- Ya tengo historia para el siguiente cuento.

sábado, abril 26, 2008

El Alma del bosque

Contaba la leyenda que en aquel lugar, poblado de helechos, habían pasado cosas más que misteriosas y, que ciertas o no, nadie dudaba de la magia que se calaba en el ambiente hacía ya siglos de tinta. De hecho se pensaba que tan maravillosa fantasía sólo era posible en los relatos de ficción de grandes escritores de la época. Entre las mil y una historias que de allí se sabían, se habló mucho de aquella en la que llegada la noche… el bosque de helechos se cubría de una intensa neblina y dejaba el caserón a expensas de los seres del bosque.

En pleno siglo XVIII, el pequeño Stuart, hijo de una familia de la aristocracia francesa, se volvió literalmente loco. Dicen que el niño veía seres sobrenaturales. Duendes del bosque, protectores de los helechos y habitantes de los centenarios árboles que allí perduraban. Dicen que sobre su cabeza una vez habían revoloteado libélulas gigantes dirigidas, como si de un aparato volador fuese, por pequeñas hadas. Que en sus sueños cientos de animalillos le habían arrastrado al bosque y conducido a rincones de éste jamás conocidos por ningún humano. Cuentan que había sido presentado frente al más viejo de los cientos de árboles que perenne eternizaban el lugar y que este árbol le había encomendado la misión de ayudar a los duendes y hadas para que el caserón y los humanos que en él vivían no destruyesen, con su displicencia y su desprecio, el Alma del bosque. Hablaban que en un futuro éste sería talado y los humanos lo invadirían poniendo el Alma del bosque en serio peligro.


Se encontraba al borde de aquel viejo y agrietado anaquel. La octava estantería si cuentas desde abajo, justo arriba del todo dejado caer sobre un secado tintero borrado de toda memoria hacía ya siglos. Estaba olvidado, como muchos de ellos, bajo el polvo y la penumbra al final de aquella austera biblioteca.
Entre una gran variedad de helechos y árboles centenarios se posaba aquel caserón del siglo XVII. Había sido la casa de verano de un joven burgués amante de la literatura fantástica. Dragones que tragan fuego, hadas desencantadas, duendes de orejas cortas, caballeros ambulantes, princesas embargadas y todo tiempo de personajes tan mágicos y extraños como aquel lugar descansaban en aquella biblioteca.


Hacía años que nadie olía el olor ha cerrado por aquellas inmensas puertas mezclado con el aroma fresco y tropical que daban los enormes helechos cada vez que las fuertes precipitaciones se precipitaban. Y así fue como Robert se decidió a reformar aquella casa. Se precipitó sin pensarlo cuando la vio. Aquel lugar tenía un encanto indudable y él advirtió un negocio seguro como casa de huéspedes. Y si todo salía bien, allí y tenía suficiente terreno boscoso para ofrecer otros servicios a sus huéspedes.

Tras largos años de soledad aquel suelo de madera, que sobrepasaba la centuria, volvió a crujir por el vaivén de acogidos que quedaban fascinados por la estampa que guardaba aquel lugar, una estampa que hacía que pareciera incluso mágico.

Aquella mañana la joven Viviane saltó de la gran cama en la que había soñado durante la noche. Abrió uno de los ventanales para que penetrara el asombroso sol de aquel día en sus sábanas y se vistió rápidamente. Agarró aquel artilugio en el que colgaba una pequeña red, desayunó un donut y una taza de leche, y de manera apresurada le dijo a su mamá que se iba a cazar libélulas. - No te alejes. gritó su madre cuando la niña ya había cruzado la puerta. Y se alejó de la casa y llegó hasta un gigantesco árbol, se sentó y acomodándose sobre sus raíces salientes espero a que se cruzase algún volador que le sirviera de presa. De repente, una libélula del tamaño de un puño se posó sobre una hermosa pluma que apareció junto a ella. Viviane se disponía a cazarla cuando ésta revoloteo asustando a la pequeña con el ruido de su aleteo. - ¡Jo! Se me ha escapado. dijo mirando aquella bonita pluma. Le pareció una pluma muy rara, así que la guardó para conservarla.

Después del almuerzo pasó a la biblioteca de la casa a reposar entre libros el suculento filete que se había zampado. Sacó la pluma de su bolsillo y pensó en escribir con ella. - Aquí hay muchos libros, debe haber algo que me sirva para escribir. Deambulo por la librería observando todos y cada uno de los libros. Leía en sus lomos los títulos y le gustaba mirar los florones que muchos de ellos tenían. Estaban clasificados por tipos. El primer día, el guía del caserón les había explicado que toda la biblioteca comprendía una misma temática. Literatura fantástica. Libros sobre seres mitológicos, cuentos de hadas, sobre caballeros medievales, de magia, historias de terror, de misterio, relatos sobre brujas y hechiceros, etcétera, etcétera, etcétera.
Cuando llegó al último estante cayó en la cuenta de que el tejuelo había cambiado. Allí se encontraban los dedicados a seres sobrenaturales. Hojeó algunos libros y quedó maravillada por lo que en ellos leía.
Sentada en el suelo, apoyada en la última de las estanterías, se quedó leyendo. Sobre sus piernas, un libro casi tan grande como ella, en su mano derecha sujetaba un chupa-chups y en la otra manoseaba la pluma que había encontrado en el bosque. Sin más, una gota de tinta cayó sobre una de las hojas de aquel libro. Viviane extrañada, miró hacía arriba sin levantarse. No vio nada. Soltó aquel enorme libro, guardó su pluma y se metió el caramelo en la boca. Corrió por las escaleras móviles y trepó por ésta hasta llegar a la octava estantería. Efectivamente. Allí, como si de un reposa libros se tratará, existía un tintero. Sobre él, un libro de pasta oscura con brillantes se dejaba caer. Metió el dedo en el tintero. - ¡Qué raro! exclamó. La tinta está seca. El brillo de aquel libro la tuvo un rato distraída. Lo agarró y lo abrió por la mitad. - ¡Está en blanco! se dijo sorprendida. Siguió hojeando sus hojas y nada en él había escrito. Ni una palabra. Ni un dibujo. - ¿Por qué? se preguntó asimisma. Pasados unos segundos murmuró. - ¡A ver! un libro en blanco, un tintero y… ¡Eh! Espera. Saco su pluma. - Perfecto, ya tengo donde escribir. Con cuidado bajó la escalera pero cuando llegó al penúltimo escalón tropezó. Salpicó con tinta todo el suelo, su pluma cayó y el libro, brillando cada vez más, quedó abierto, arrugando algunas de sus hojas. - ¡No puede ser! El tintero estaba seco. Recogió el libro, guardó la pluma en su bolsillo y cuando fue a coger el tintero de nuevo éste estaba seco.
Viviane no se daba cuenta que cada vez que guardaba la pluma en su bolsillo la tinta se secaba. Y que cuando ésta estaba cerca del tintero la tinta era como si cobrara vida.

Aquella noche Viviane se sentó en la cama. De piernas cruzadas colocó delante de ella el libro y aquel tintero seco. Sacó del bolsillo la pluma y delante de sus ojos…
- ¡La tinta deja de estar seca y el libro brilla cada vez más¡... ¡ja, ja! Tengo una pluma mágica… ¡ja, ja! Tengo una pluma mágica… canturreaba feliz.
Abrió el libro y se dispuso a escribir. Recordaba algunas cosas que había leído por la tarde en la biblioteca así que pensó que escribiría algo sobre duendes y como había encontrado aquella pluma cazando libélulas, también escribiría algo sobre ellas.

A la mañana siguiente, la madre entró en la habitación y vio el libro. - ¡Qué extraño! No recuerdo que se trajera ningún cuento. Lo abrió por una de sus páginas y leyó:

Aquella noche mientras Stuart dormía, el bosque se ahogaba en una intensa neblina. El sonido del viento estival se hacía oír junto con el golpeo de los ventanales mal cerrados. Por esas ventanas cientos de criaturas invadieron la habitación del viejo caserón y arrastraron a Stuart a lo más profundo y desconocido del bosque. De inmediato, un imponente árbol se enraizaba frente a él. Un grupo de enormes libélulas, tripuladas por hadas mágicas, revoloteaban por su cabeza…



***
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lunes, abril 21, 2008

La búsqueda

"La ultima vez que se vieron eran todavía adolescentes." Han pasado los años y él no ha parado de buscarla, aún se pierde en su mente. La recuerda cada día y hay días que no deja de recordarla porque no quiere olvidarla. Parece obsesionado, la busca por todos lados. Le dicen que tiene que comer, que tiene que dormir, que así no puede vivir. Le dicen que nunca lo va a superar. "¡Vaya cosas le dicen!", sabiendo que él no parará de buscar. A veces, la piensa y se pierde en carcajadas, su sonrisa se le quedó grabada. Era fácil que ella le hiciera reír, ella tenía ese don y otros mil. Otras veces, llora como si fuera aquel adolescente de antaño. "Lloras por su ausencia, ¿verdad?". Llora por el paso de los años. Llora por ella, de impotencia, de angustia. Llora por no explotar, llora por llorar, le desahoga hasta sus nervios calmar. Y cuando no se ríe a carcajadas llora porque se refleja en el espejo la ausencia en su rostro marcada. Llora por ella, porque se olvida y no quiere, porque su memoria le traiciona… "¡maldita sea el tiempo transcurrido!", aquel último día habían discutido.

Siguen pasando los años. Y nada. No hay noticias. Ni en la prensa, ni en el telediario, sólo notas tristes en su viejo diario... podía tropezar con ella al salir del teatro. Tenía maneras para ser actriz. "¿Lo habrá conseguido?, ¿habrá cumplido su sueño? Espero que sí." Él sueña que la tiene cerca, sólo puede verla por la mirilla, la puerta no se abre. "¡Joder! otra pesadilla."

En su busca navega por la red. Chatea, manda correos, entra en foros, visita webs. Búsqueda en el Google. Resultados 1 - 10 de aproximadamente 427.000 de personas desaparecidas. (0,07 segundos).
"¿Pero es ella la que está desaparecida o lo estoy yo?"

Se desespera y mira el correo.
Mensajes Enviados: ocho mil novecientos treinta y tres.
Bandeja de entrada: 1 e-mails recibidos.
Se dice… "Así nunca la encontraré."

Asunto: Estreno mi primera obra de teatro. Se titula: "Hermano, perdóname."


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sábado, abril 19, 2008

Sacado de contexto (fol. 3)


at full speed

Beodo y desvelado insulso que te escribe comentarios igualmente insípidos a media noche... que llega de regalar besos y abrazos etiquetados como una botella de Green Label... que ha conducido sin rumbo fijo at full speed, viendo bajar la aguja del carburante, escuchando la música que la recuerda y huyendo de la misma puta rutina de cada jueves, huyendo de los mismos putos bares que frecuenta y ahogando su memoria en otro whisky sólo, por favor... me lo pone sin salvavidas que hoy quiero olvidar su nombre...

esbozo ligeramente una sonrisa, no es por ella... me acuerdo de la última vez que me he subido los pantalones...
suena el móvil...
- ¿es ella?
- sí...
- toma otra chaval... ésta invita la casa...

Me pierdo en tus letras... me busco en las mías... y creo que así jamás hallaré "nada"



19 de octubre de 2007 2:57

cuerdo de atar

Compleja se vuelve aquella psicopatología con la que convivo cada día...
- ¿tú te diste cuenta?, nadie que yo sepa.
cosas que pasan...
- ¿Tú estás loco, no?
- Puede. Aunque yo no diría "loco" exactamente…
- Bueno, eres raro, ¿verdad?
- Sí... alguna vez me lo dijeron.
- Pero, ¿necesitas terapia o qué?
- No sé... supongo, aunque puedo vivir sin ella.
- ¿Cómo puede ser eso?
- Siendo,... ¿no lo ves?ç
(silencios, miradas, sonrisas…)
- Loco o raro... lo único que sé es que me gustas... y no entiendo cómo pudiste liarme así, pero me gusta, ¡joder!
- Tranquila. Si acabas enamorándote no te haré más daño que un cuerdo...
hace tiempo alguien dijo:
"los chicos malos te mienten para meterse en tu cama; los chicos buenos te mienten para meterse en tu corazón"
yo aún me pregunto qué tipo de chico seré.
23 de enero de 2008 0:43

sábado, abril 12, 2008

Helen (el desenlace)

“La oscuridad lo envolvió todo, y supo que cuando volviese la luz todo habría cambiado”. Repitió esa acción varias veces, porque aún no estaba muy convencida de aquello. Esa noche cuando Helen despertó, no sabía donde estaba, no recordaba nada, no se reconocía en el espejo, y no se creía lo que le acontecía; sintió miedo, otra vez y no sabía por qué.

- Apago. Enciendo. Apago. Enciendo… - se repetía susurrándose a sí misma y cerrando fuertemente los ojos. -

En aquella habitación de hospital la penumbra se había convertido en una compañera fiel. Y diez años sin ver la luz eran muchos años. Volvió la luz por sexta vez y supo que todo había cambiado. Decidió apagar, se sentía más cómoda y segura en el ambiente que la débil sombra provocaba gracias a la poca luz que llegaba de aquellos largos pasillos y a la pertinente oscuridad de aquella noche.

Se sitúo en el centro de aquella habitación, junto a la cama. Dio un giro de trescientos sesenta grados a la velocidad en la que se proyectan los fotogramas en una pantalla cinematográfica. De nuevo, se giró a observar. Seguidamente, se sentó en la cama dirigiendo la mirada hacía la ventana. Así se pasó un buen rato. A veces, quieta. Otras, simulando el aleteo de una mariposa, moviendo sus brazos y rozando sus manos sobre el colchón. Cuando conseguía calentarlas, se las llevaba a la cara y ceñía el gesto. Al tiempo, se estiro en la cama e intentaba concentrarse para recordar que había pasado. Después de tantos años sobre aquella cama, la sucesión de aquellos nuevos acontecimientos y la imperiosa necesidad de concentrarse para recordar lo pasado, la envolvieron otra vez a la oscuridad del sueño.

A la mañana siguiente, como a diario durante diez años, el Dr. Torres entraba y salía de aquella habitación continuamente. Ese día, una de las veces que entró a comprobar que todo seguía como siempre, notó algo raro. Sintió algo (en realidad, era a alguien). Permaneció quieto un segundo y dijo sonriendo:

- ¡Te vas a volver loco amigo!, veras como sí…
- Pues no serías el único… - gritó Helen irónicamente.

Aquellas palabras retumbaron en los oídos del Dr. Torres. Se volvió sabiendo ya lo que estaba pasando. Había llegado el día, el día en que Helen despertaba.
Ella no sabía que él le tenía un cariño especial, que había sido una paciente diferente, que había sido su única confidente y que a veces… cuando la hablaba, no lo hacía como el Dr. Torres sino como Frank y que a veces… no la miraba con ojos de doctor sino con los ojos de Frank. Éste contuvo su emoción.

Procedió a examinarla. Mientras, ella le contaba lo que había pasado durante la noche. Luego, disparaba hacía el Dr. Torres cientos de cuestiones. Qué hacía en aquel hospital, cuántos años habían pasado, por qué no recordaba nada de su pasado…

- ¡Ehh! Tienes las manos frías… conóceme antes de subirme el camisón ¿no? - bromeaba Helen mientras era examinada.

Pasadas las primeras bromas y risas del momento, se realizó un examen de exploración física y se comprobó que Helen estaba corporalmente sana. Posteriormente, se efectuaron una serie de pruebas neuropsicológicas para comprobar en qué estado habían quedado sus funciones cerebrales después de diez años.

Helen ingresó sin haber cumplido los veintisiete años con un coma metabólico. Un trastorno en el metabolismo es la causa más frecuente de estados comatosos. Helen sufrió una insuficiencia hepática, exceso de toxicidad en el cerebro. Las causas de esto son desconocidas pero varios estudios apuntan, según acompañen una serie de signos neurológicos, a que el caso de Helen se debió a la administración de ciertos fármacos y sedantes durante su niñez.

Helen, con apenas siete años, presenció junto con su hermano Marcos la muerte de su madre Helena. El tren que debía llevarles hasta el lago atropelló a su madre después de salvar a la niña. El fuerte y violento impacto hizo desaparecer literalmente el cuerpo de Helena.
Los dos pequeños estuvieron ingresados hasta su adolescencia en un centro psiquiátrico. Estuvieron en tratamiento por un trastorno por estrés post-traumático.
Marcos con trece años se suicida. Éste culpó durante cuatro años a su hermana. La niña ve a su hermano yacer en el suelo de su habitación, tras haberse provocado un corte en la yugular. Murió desangrado con una foto arrugada de su madre en una de sus manos.

Este hecho acrecento más y más la difícil situación en la que Helen se encuentra. Al importante trastorno de ansiedad, se le suman otras deficiencias psicológicas que dificultan más si cabe el tratamiento llevado hasta entonces. Con ello, también hubo un aumento en la medicación. Durante un periodo de su vida sobrevive gracias a la administración de fuertes sedantes.

Pasada su adolescencia Helen ‘parece mejorar’ levemente. Hace vida ‘normal’ en el centro psiquiátrico. Inexplicablemente, en su dieciocho cumpleaños sufre una variación inimaginable en su estado. ‘Parece admitir’ el problema y actúa como si nada hubiera pasado. En algunos casos menos graves, estos patrones de conducta surgen debido a la negación u omisión de tal suceso, llegándose incluso a creer que tal cosa sólo fue un mal sueño o que, sencillamente no tuvo lugar.

Tras un diagnóstico previo, un exhaustivo análisis y un profundo estudio del caso, se llega a la conclusión de que Helen sufre una variante de lo que puede ser una amnesia disociativa. Ésta surge como consecuencia de un mecanismo de defensa a causa de la existencia de uno o varios eventos traumáticos. Se produce una incapacidad para recordar un acontecimiento personal importante. Los recuerdos no desaparecen, simplemente se encuentran separados del conocimiento consciente y se es incapaz de recuperarlos voluntariamente.

En oposición a este estudio, otros psiquiatras entre los que se encuentran el Dr. Martínez, primer psicólogo que la trató, apuntan a que esta amnesia, además de ser causada por la experiencia de varios acontecimientos traumáticos, fue inducida debido a la gran ingesta de fármacos y sedantes.

[El caso de Helen apareció en las noticias debido a la dureza del suceso, pero antes de que los medios de comunicación siguieran el desarrollo de su vida más allá del accidente, el Estado se ocupó de la niña y el Dr. Martínez quedó relegado a un segundo puesto, no pudiendo así desarrollar convenientemente su trabajo con Helen.]

En aquel momento, aquel grupo de psiquiatras deciden que, tras los difíciles acontecimientos traumáticos vividos por Helen, lo mejor es no contarle nada de su pasado. Deciden darle la oportunidad de poder hacer una vida ‘normal’, sin fármacos.
Pasa el tiempo y la niña, ya mujer, consigue rehacer su vida ajena a las experiencias vividas en su infancia. Va a la universidad, consigue un empleo y se convierte en una joven con un futuro prometedor dentro del mundo de la publicidad.

Un día cualquiera, poco antes de cumplir los veintisiete años, Helen empieza a tener una serie de visiones, de sueños. El desorden de estrés post-traumático le acarrea el regreso de recuerdos no deseados espontáneamente. Ella no sabe que le pasa, y siente miedo. Siente miedo cuando mira hacia atrás y no sabe por qué.

Una tarde tras salir de la oficina, Helen camina con paso ligero hacia su casa. De nuevo siente miedo al mirar hacia atrás. Lo que quiere es llegar a casa y meterse en su cama, bajo sus mantas, dormir y no soñar. Pero sí, soñó. Aquella noche se vio acudiendo al psicólogo que la trato cuando era niña. Se vio tumbada en aquel diván. Se vio relatando el fatídico suceso de aquel día en la estación.
Esta vez, la fuerte ansiedad que le había provocado el no saber qué le ocurría, la presencia de aquellas visiones, su último sueño, la aparición en su vida de un estrés sociolaboral unido y relacionado con lo anterior y la, ya sabida, insuficiencia hepática que su cerebro sufría, hace que Helen, un día cualquiera, caiga en un estado severo de pérdida de conciencia. Helen sufre un coma.

Pasados diez años, Helen despierta y no recuerda nada de su vida anterior.


Tras el examen médico y psicológico, el diagnóstico del Dr. Torres constató lo que se sospechaba. Algunos pacientes comatosos, tras un largo tiempo de pérdida de conciencia, despiertan con periodos indefinidos de amnesia. En los mejores casos pueden estar días amnésicos. En otros, los peores, hasta años, incluso puede que nunca vuelvan a recordar nada. En estos últimos, el paciente, a nivel personal, tiene que formarse una nueva identidad.


Helen P. A.
Mujer.
Treinta y seis años.
Ex-paciente comatosa. Duración: nueve años y 10 meses.
Diagnóstico final:
- según su clasificación cronológica: Amnesia retrógrada.
- según su etimología: Amnesia global.
Historia personal: desconocida.




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