sábado, mayo 17, 2008

Descalza

- ¡Perdona!, ¿tienes hora? el autobús está a punto de llegar y no sé de que color ponerme los zapatos. - me pregunta. No lleva reloj. No tiene clara la hora ni de sus zapatos el color. No sabe que sus ojos tienen el matiz, la tonalidad, la coloración perfecta. Su mirada llena de pisadas sin hora dejó su huella en mí, para siempre, eternizada, como el tiempo que no para, en mi mente.
Aquella noche, el autobús tardó en llegar. Cuando por la parada la vi asomar su destino también tuvo que esperar.


Su pelo largo y liso le tapaba medio rostro. A veces, lo dejaba ver con un simple gesto, o con una pasada de su corto dedo índice por la autopista de su frente. Hombros delicados, descubiertos, acompañando a su transparente cuello. No estoy dormido pero me parece un sueño. Se viste elegante con un vestido negro ajustado, tanto que envidio sus telas. Algún botón de complemento. Me siento cosido, deseoso de ser abrochado por momentos. Cinturón ancho, casi dilatado descansa en sus caderas, redondas como sus botones, me creo loco pero tengo razones. Y a esa altura se esconde su ombligo. Me excito de pensarlo, de creer que la persigo. Sus rodillas perfectas. Inolvidables. No llevaba medias, su piel tiene el color de mi vida, de la más imperdonable. Además, es fina y tersa. Se decide por un tacón de aguja que se clava en mi pecho, ocho milímetros incrustados en mi ventrículo derecho. Zapato picudo. Me imagino mi nariz hundida en su felpudo. El color como yo, rojo pasión. Esclava discreta, mía y, de sus muñecas. Pendientes de bola tersa, como sus piernas, como yo, pendiente de ellas. Su boca capitaneada por sus labios, también rojos pero mucho más discretos que su brazalete, esclavo me vuelvo de sus muñecas. Decide descalzarse. Camina con pies desnudos por mis pisadas, camina hacía su final. Por un momento siento calor, hacía tiempo de esta sensación.
Un lunar en su mejilla izquierda se encuentra rodeado de pequeñas marcas de la varicela.
Contagiado, con fiebre y erupciones cutáneas podrían ser los síntomas de haberme enamorado, pues me siento enfermo e infectado, y sé de que hablo.

Pasan los minutos y a lo lejos una luz parpadeante, las 00:00 horas, se encargan de deshacer el momento. Se rompe en pedazos cualquier mágico instante y se reabre un camino en el que el tiempo y sus zapatos ya no se darán la mano.

- Sube - le digo mirándola a los ojos-, yo te acompaño.

Le cojo su mano, aún está caliente. Seguro de mí mismo, le muestro el camino a su lecho.


***

A cuatro manos, dos mentes, una misma historia, dos personas viviéndola.

La chica descalza.


JuAntonio y JarA

2 comentarios:

Pugliesino dijo...

Un relato que refleja ese momento en el que las palabras se escriben en las paredes del pensamiento instantes antes de que estas callen ante el sonido del silencio más hermoso.
Desde dos puntos distintos avanzaba el tiempo hasta que consiguieron detenerlo.
Enhorabuena!

Rebeca Gonzalo dijo...

Me ha parecido fresco, intenso y muy pasional. Se nota que habeis puesto toda la carne en el asador y habeis hecho una copia fiel de alguna experiencia vivida. ¡Formidable de principio a fin!