sábado, abril 26, 2008

El Alma del bosque

Contaba la leyenda que en aquel lugar, poblado de helechos, habían pasado cosas más que misteriosas y, que ciertas o no, nadie dudaba de la magia que se calaba en el ambiente hacía ya siglos de tinta. De hecho se pensaba que tan maravillosa fantasía sólo era posible en los relatos de ficción de grandes escritores de la época. Entre las mil y una historias que de allí se sabían, se habló mucho de aquella en la que llegada la noche… el bosque de helechos se cubría de una intensa neblina y dejaba el caserón a expensas de los seres del bosque.

En pleno siglo XVIII, el pequeño Stuart, hijo de una familia de la aristocracia francesa, se volvió literalmente loco. Dicen que el niño veía seres sobrenaturales. Duendes del bosque, protectores de los helechos y habitantes de los centenarios árboles que allí perduraban. Dicen que sobre su cabeza una vez habían revoloteado libélulas gigantes dirigidas, como si de un aparato volador fuese, por pequeñas hadas. Que en sus sueños cientos de animalillos le habían arrastrado al bosque y conducido a rincones de éste jamás conocidos por ningún humano. Cuentan que había sido presentado frente al más viejo de los cientos de árboles que perenne eternizaban el lugar y que este árbol le había encomendado la misión de ayudar a los duendes y hadas para que el caserón y los humanos que en él vivían no destruyesen, con su displicencia y su desprecio, el Alma del bosque. Hablaban que en un futuro éste sería talado y los humanos lo invadirían poniendo el Alma del bosque en serio peligro.


Se encontraba al borde de aquel viejo y agrietado anaquel. La octava estantería si cuentas desde abajo, justo arriba del todo dejado caer sobre un secado tintero borrado de toda memoria hacía ya siglos. Estaba olvidado, como muchos de ellos, bajo el polvo y la penumbra al final de aquella austera biblioteca.
Entre una gran variedad de helechos y árboles centenarios se posaba aquel caserón del siglo XVII. Había sido la casa de verano de un joven burgués amante de la literatura fantástica. Dragones que tragan fuego, hadas desencantadas, duendes de orejas cortas, caballeros ambulantes, princesas embargadas y todo tiempo de personajes tan mágicos y extraños como aquel lugar descansaban en aquella biblioteca.


Hacía años que nadie olía el olor ha cerrado por aquellas inmensas puertas mezclado con el aroma fresco y tropical que daban los enormes helechos cada vez que las fuertes precipitaciones se precipitaban. Y así fue como Robert se decidió a reformar aquella casa. Se precipitó sin pensarlo cuando la vio. Aquel lugar tenía un encanto indudable y él advirtió un negocio seguro como casa de huéspedes. Y si todo salía bien, allí y tenía suficiente terreno boscoso para ofrecer otros servicios a sus huéspedes.

Tras largos años de soledad aquel suelo de madera, que sobrepasaba la centuria, volvió a crujir por el vaivén de acogidos que quedaban fascinados por la estampa que guardaba aquel lugar, una estampa que hacía que pareciera incluso mágico.

Aquella mañana la joven Viviane saltó de la gran cama en la que había soñado durante la noche. Abrió uno de los ventanales para que penetrara el asombroso sol de aquel día en sus sábanas y se vistió rápidamente. Agarró aquel artilugio en el que colgaba una pequeña red, desayunó un donut y una taza de leche, y de manera apresurada le dijo a su mamá que se iba a cazar libélulas. - No te alejes. gritó su madre cuando la niña ya había cruzado la puerta. Y se alejó de la casa y llegó hasta un gigantesco árbol, se sentó y acomodándose sobre sus raíces salientes espero a que se cruzase algún volador que le sirviera de presa. De repente, una libélula del tamaño de un puño se posó sobre una hermosa pluma que apareció junto a ella. Viviane se disponía a cazarla cuando ésta revoloteo asustando a la pequeña con el ruido de su aleteo. - ¡Jo! Se me ha escapado. dijo mirando aquella bonita pluma. Le pareció una pluma muy rara, así que la guardó para conservarla.

Después del almuerzo pasó a la biblioteca de la casa a reposar entre libros el suculento filete que se había zampado. Sacó la pluma de su bolsillo y pensó en escribir con ella. - Aquí hay muchos libros, debe haber algo que me sirva para escribir. Deambulo por la librería observando todos y cada uno de los libros. Leía en sus lomos los títulos y le gustaba mirar los florones que muchos de ellos tenían. Estaban clasificados por tipos. El primer día, el guía del caserón les había explicado que toda la biblioteca comprendía una misma temática. Literatura fantástica. Libros sobre seres mitológicos, cuentos de hadas, sobre caballeros medievales, de magia, historias de terror, de misterio, relatos sobre brujas y hechiceros, etcétera, etcétera, etcétera.
Cuando llegó al último estante cayó en la cuenta de que el tejuelo había cambiado. Allí se encontraban los dedicados a seres sobrenaturales. Hojeó algunos libros y quedó maravillada por lo que en ellos leía.
Sentada en el suelo, apoyada en la última de las estanterías, se quedó leyendo. Sobre sus piernas, un libro casi tan grande como ella, en su mano derecha sujetaba un chupa-chups y en la otra manoseaba la pluma que había encontrado en el bosque. Sin más, una gota de tinta cayó sobre una de las hojas de aquel libro. Viviane extrañada, miró hacía arriba sin levantarse. No vio nada. Soltó aquel enorme libro, guardó su pluma y se metió el caramelo en la boca. Corrió por las escaleras móviles y trepó por ésta hasta llegar a la octava estantería. Efectivamente. Allí, como si de un reposa libros se tratará, existía un tintero. Sobre él, un libro de pasta oscura con brillantes se dejaba caer. Metió el dedo en el tintero. - ¡Qué raro! exclamó. La tinta está seca. El brillo de aquel libro la tuvo un rato distraída. Lo agarró y lo abrió por la mitad. - ¡Está en blanco! se dijo sorprendida. Siguió hojeando sus hojas y nada en él había escrito. Ni una palabra. Ni un dibujo. - ¿Por qué? se preguntó asimisma. Pasados unos segundos murmuró. - ¡A ver! un libro en blanco, un tintero y… ¡Eh! Espera. Saco su pluma. - Perfecto, ya tengo donde escribir. Con cuidado bajó la escalera pero cuando llegó al penúltimo escalón tropezó. Salpicó con tinta todo el suelo, su pluma cayó y el libro, brillando cada vez más, quedó abierto, arrugando algunas de sus hojas. - ¡No puede ser! El tintero estaba seco. Recogió el libro, guardó la pluma en su bolsillo y cuando fue a coger el tintero de nuevo éste estaba seco.
Viviane no se daba cuenta que cada vez que guardaba la pluma en su bolsillo la tinta se secaba. Y que cuando ésta estaba cerca del tintero la tinta era como si cobrara vida.

Aquella noche Viviane se sentó en la cama. De piernas cruzadas colocó delante de ella el libro y aquel tintero seco. Sacó del bolsillo la pluma y delante de sus ojos…
- ¡La tinta deja de estar seca y el libro brilla cada vez más¡... ¡ja, ja! Tengo una pluma mágica… ¡ja, ja! Tengo una pluma mágica… canturreaba feliz.
Abrió el libro y se dispuso a escribir. Recordaba algunas cosas que había leído por la tarde en la biblioteca así que pensó que escribiría algo sobre duendes y como había encontrado aquella pluma cazando libélulas, también escribiría algo sobre ellas.

A la mañana siguiente, la madre entró en la habitación y vio el libro. - ¡Qué extraño! No recuerdo que se trajera ningún cuento. Lo abrió por una de sus páginas y leyó:

Aquella noche mientras Stuart dormía, el bosque se ahogaba en una intensa neblina. El sonido del viento estival se hacía oír junto con el golpeo de los ventanales mal cerrados. Por esas ventanas cientos de criaturas invadieron la habitación del viejo caserón y arrastraron a Stuart a lo más profundo y desconocido del bosque. De inmediato, un imponente árbol se enraizaba frente a él. Un grupo de enormes libélulas, tripuladas por hadas mágicas, revoloteaban por su cabeza…



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lunes, abril 21, 2008

La búsqueda

"La ultima vez que se vieron eran todavía adolescentes." Han pasado los años y él no ha parado de buscarla, aún se pierde en su mente. La recuerda cada día y hay días que no deja de recordarla porque no quiere olvidarla. Parece obsesionado, la busca por todos lados. Le dicen que tiene que comer, que tiene que dormir, que así no puede vivir. Le dicen que nunca lo va a superar. "¡Vaya cosas le dicen!", sabiendo que él no parará de buscar. A veces, la piensa y se pierde en carcajadas, su sonrisa se le quedó grabada. Era fácil que ella le hiciera reír, ella tenía ese don y otros mil. Otras veces, llora como si fuera aquel adolescente de antaño. "Lloras por su ausencia, ¿verdad?". Llora por el paso de los años. Llora por ella, de impotencia, de angustia. Llora por no explotar, llora por llorar, le desahoga hasta sus nervios calmar. Y cuando no se ríe a carcajadas llora porque se refleja en el espejo la ausencia en su rostro marcada. Llora por ella, porque se olvida y no quiere, porque su memoria le traiciona… "¡maldita sea el tiempo transcurrido!", aquel último día habían discutido.

Siguen pasando los años. Y nada. No hay noticias. Ni en la prensa, ni en el telediario, sólo notas tristes en su viejo diario... podía tropezar con ella al salir del teatro. Tenía maneras para ser actriz. "¿Lo habrá conseguido?, ¿habrá cumplido su sueño? Espero que sí." Él sueña que la tiene cerca, sólo puede verla por la mirilla, la puerta no se abre. "¡Joder! otra pesadilla."

En su busca navega por la red. Chatea, manda correos, entra en foros, visita webs. Búsqueda en el Google. Resultados 1 - 10 de aproximadamente 427.000 de personas desaparecidas. (0,07 segundos).
"¿Pero es ella la que está desaparecida o lo estoy yo?"

Se desespera y mira el correo.
Mensajes Enviados: ocho mil novecientos treinta y tres.
Bandeja de entrada: 1 e-mails recibidos.
Se dice… "Así nunca la encontraré."

Asunto: Estreno mi primera obra de teatro. Se titula: "Hermano, perdóname."


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sábado, abril 19, 2008

Sacado de contexto (fol. 3)


at full speed

Beodo y desvelado insulso que te escribe comentarios igualmente insípidos a media noche... que llega de regalar besos y abrazos etiquetados como una botella de Green Label... que ha conducido sin rumbo fijo at full speed, viendo bajar la aguja del carburante, escuchando la música que la recuerda y huyendo de la misma puta rutina de cada jueves, huyendo de los mismos putos bares que frecuenta y ahogando su memoria en otro whisky sólo, por favor... me lo pone sin salvavidas que hoy quiero olvidar su nombre...

esbozo ligeramente una sonrisa, no es por ella... me acuerdo de la última vez que me he subido los pantalones...
suena el móvil...
- ¿es ella?
- sí...
- toma otra chaval... ésta invita la casa...

Me pierdo en tus letras... me busco en las mías... y creo que así jamás hallaré "nada"



19 de octubre de 2007 2:57

cuerdo de atar

Compleja se vuelve aquella psicopatología con la que convivo cada día...
- ¿tú te diste cuenta?, nadie que yo sepa.
cosas que pasan...
- ¿Tú estás loco, no?
- Puede. Aunque yo no diría "loco" exactamente…
- Bueno, eres raro, ¿verdad?
- Sí... alguna vez me lo dijeron.
- Pero, ¿necesitas terapia o qué?
- No sé... supongo, aunque puedo vivir sin ella.
- ¿Cómo puede ser eso?
- Siendo,... ¿no lo ves?ç
(silencios, miradas, sonrisas…)
- Loco o raro... lo único que sé es que me gustas... y no entiendo cómo pudiste liarme así, pero me gusta, ¡joder!
- Tranquila. Si acabas enamorándote no te haré más daño que un cuerdo...
hace tiempo alguien dijo:
"los chicos malos te mienten para meterse en tu cama; los chicos buenos te mienten para meterse en tu corazón"
yo aún me pregunto qué tipo de chico seré.
23 de enero de 2008 0:43

sábado, abril 12, 2008

Helen (el desenlace)

“La oscuridad lo envolvió todo, y supo que cuando volviese la luz todo habría cambiado”. Repitió esa acción varias veces, porque aún no estaba muy convencida de aquello. Esa noche cuando Helen despertó, no sabía donde estaba, no recordaba nada, no se reconocía en el espejo, y no se creía lo que le acontecía; sintió miedo, otra vez y no sabía por qué.

- Apago. Enciendo. Apago. Enciendo… - se repetía susurrándose a sí misma y cerrando fuertemente los ojos. -

En aquella habitación de hospital la penumbra se había convertido en una compañera fiel. Y diez años sin ver la luz eran muchos años. Volvió la luz por sexta vez y supo que todo había cambiado. Decidió apagar, se sentía más cómoda y segura en el ambiente que la débil sombra provocaba gracias a la poca luz que llegaba de aquellos largos pasillos y a la pertinente oscuridad de aquella noche.

Se sitúo en el centro de aquella habitación, junto a la cama. Dio un giro de trescientos sesenta grados a la velocidad en la que se proyectan los fotogramas en una pantalla cinematográfica. De nuevo, se giró a observar. Seguidamente, se sentó en la cama dirigiendo la mirada hacía la ventana. Así se pasó un buen rato. A veces, quieta. Otras, simulando el aleteo de una mariposa, moviendo sus brazos y rozando sus manos sobre el colchón. Cuando conseguía calentarlas, se las llevaba a la cara y ceñía el gesto. Al tiempo, se estiro en la cama e intentaba concentrarse para recordar que había pasado. Después de tantos años sobre aquella cama, la sucesión de aquellos nuevos acontecimientos y la imperiosa necesidad de concentrarse para recordar lo pasado, la envolvieron otra vez a la oscuridad del sueño.

A la mañana siguiente, como a diario durante diez años, el Dr. Torres entraba y salía de aquella habitación continuamente. Ese día, una de las veces que entró a comprobar que todo seguía como siempre, notó algo raro. Sintió algo (en realidad, era a alguien). Permaneció quieto un segundo y dijo sonriendo:

- ¡Te vas a volver loco amigo!, veras como sí…
- Pues no serías el único… - gritó Helen irónicamente.

Aquellas palabras retumbaron en los oídos del Dr. Torres. Se volvió sabiendo ya lo que estaba pasando. Había llegado el día, el día en que Helen despertaba.
Ella no sabía que él le tenía un cariño especial, que había sido una paciente diferente, que había sido su única confidente y que a veces… cuando la hablaba, no lo hacía como el Dr. Torres sino como Frank y que a veces… no la miraba con ojos de doctor sino con los ojos de Frank. Éste contuvo su emoción.

Procedió a examinarla. Mientras, ella le contaba lo que había pasado durante la noche. Luego, disparaba hacía el Dr. Torres cientos de cuestiones. Qué hacía en aquel hospital, cuántos años habían pasado, por qué no recordaba nada de su pasado…

- ¡Ehh! Tienes las manos frías… conóceme antes de subirme el camisón ¿no? - bromeaba Helen mientras era examinada.

Pasadas las primeras bromas y risas del momento, se realizó un examen de exploración física y se comprobó que Helen estaba corporalmente sana. Posteriormente, se efectuaron una serie de pruebas neuropsicológicas para comprobar en qué estado habían quedado sus funciones cerebrales después de diez años.

Helen ingresó sin haber cumplido los veintisiete años con un coma metabólico. Un trastorno en el metabolismo es la causa más frecuente de estados comatosos. Helen sufrió una insuficiencia hepática, exceso de toxicidad en el cerebro. Las causas de esto son desconocidas pero varios estudios apuntan, según acompañen una serie de signos neurológicos, a que el caso de Helen se debió a la administración de ciertos fármacos y sedantes durante su niñez.

Helen, con apenas siete años, presenció junto con su hermano Marcos la muerte de su madre Helena. El tren que debía llevarles hasta el lago atropelló a su madre después de salvar a la niña. El fuerte y violento impacto hizo desaparecer literalmente el cuerpo de Helena.
Los dos pequeños estuvieron ingresados hasta su adolescencia en un centro psiquiátrico. Estuvieron en tratamiento por un trastorno por estrés post-traumático.
Marcos con trece años se suicida. Éste culpó durante cuatro años a su hermana. La niña ve a su hermano yacer en el suelo de su habitación, tras haberse provocado un corte en la yugular. Murió desangrado con una foto arrugada de su madre en una de sus manos.

Este hecho acrecento más y más la difícil situación en la que Helen se encuentra. Al importante trastorno de ansiedad, se le suman otras deficiencias psicológicas que dificultan más si cabe el tratamiento llevado hasta entonces. Con ello, también hubo un aumento en la medicación. Durante un periodo de su vida sobrevive gracias a la administración de fuertes sedantes.

Pasada su adolescencia Helen ‘parece mejorar’ levemente. Hace vida ‘normal’ en el centro psiquiátrico. Inexplicablemente, en su dieciocho cumpleaños sufre una variación inimaginable en su estado. ‘Parece admitir’ el problema y actúa como si nada hubiera pasado. En algunos casos menos graves, estos patrones de conducta surgen debido a la negación u omisión de tal suceso, llegándose incluso a creer que tal cosa sólo fue un mal sueño o que, sencillamente no tuvo lugar.

Tras un diagnóstico previo, un exhaustivo análisis y un profundo estudio del caso, se llega a la conclusión de que Helen sufre una variante de lo que puede ser una amnesia disociativa. Ésta surge como consecuencia de un mecanismo de defensa a causa de la existencia de uno o varios eventos traumáticos. Se produce una incapacidad para recordar un acontecimiento personal importante. Los recuerdos no desaparecen, simplemente se encuentran separados del conocimiento consciente y se es incapaz de recuperarlos voluntariamente.

En oposición a este estudio, otros psiquiatras entre los que se encuentran el Dr. Martínez, primer psicólogo que la trató, apuntan a que esta amnesia, además de ser causada por la experiencia de varios acontecimientos traumáticos, fue inducida debido a la gran ingesta de fármacos y sedantes.

[El caso de Helen apareció en las noticias debido a la dureza del suceso, pero antes de que los medios de comunicación siguieran el desarrollo de su vida más allá del accidente, el Estado se ocupó de la niña y el Dr. Martínez quedó relegado a un segundo puesto, no pudiendo así desarrollar convenientemente su trabajo con Helen.]

En aquel momento, aquel grupo de psiquiatras deciden que, tras los difíciles acontecimientos traumáticos vividos por Helen, lo mejor es no contarle nada de su pasado. Deciden darle la oportunidad de poder hacer una vida ‘normal’, sin fármacos.
Pasa el tiempo y la niña, ya mujer, consigue rehacer su vida ajena a las experiencias vividas en su infancia. Va a la universidad, consigue un empleo y se convierte en una joven con un futuro prometedor dentro del mundo de la publicidad.

Un día cualquiera, poco antes de cumplir los veintisiete años, Helen empieza a tener una serie de visiones, de sueños. El desorden de estrés post-traumático le acarrea el regreso de recuerdos no deseados espontáneamente. Ella no sabe que le pasa, y siente miedo. Siente miedo cuando mira hacia atrás y no sabe por qué.

Una tarde tras salir de la oficina, Helen camina con paso ligero hacia su casa. De nuevo siente miedo al mirar hacia atrás. Lo que quiere es llegar a casa y meterse en su cama, bajo sus mantas, dormir y no soñar. Pero sí, soñó. Aquella noche se vio acudiendo al psicólogo que la trato cuando era niña. Se vio tumbada en aquel diván. Se vio relatando el fatídico suceso de aquel día en la estación.
Esta vez, la fuerte ansiedad que le había provocado el no saber qué le ocurría, la presencia de aquellas visiones, su último sueño, la aparición en su vida de un estrés sociolaboral unido y relacionado con lo anterior y la, ya sabida, insuficiencia hepática que su cerebro sufría, hace que Helen, un día cualquiera, caiga en un estado severo de pérdida de conciencia. Helen sufre un coma.

Pasados diez años, Helen despierta y no recuerda nada de su vida anterior.


Tras el examen médico y psicológico, el diagnóstico del Dr. Torres constató lo que se sospechaba. Algunos pacientes comatosos, tras un largo tiempo de pérdida de conciencia, despiertan con periodos indefinidos de amnesia. En los mejores casos pueden estar días amnésicos. En otros, los peores, hasta años, incluso puede que nunca vuelvan a recordar nada. En estos últimos, el paciente, a nivel personal, tiene que formarse una nueva identidad.


Helen P. A.
Mujer.
Treinta y seis años.
Ex-paciente comatosa. Duración: nueve años y 10 meses.
Diagnóstico final:
- según su clasificación cronológica: Amnesia retrógrada.
- según su etimología: Amnesia global.
Historia personal: desconocida.




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lunes, abril 07, 2008

Siete de tres

Los sábados por la mañana preparas algún postre de chocolate. Yo exprimo un par de naranjas acusando una postura poco saludable. Cuando sales de la ducha, el vapor de agua me abofetea la cara, tomas un sorbo de ese zumo y me regañas por doblar la espalda innecesariamente.

Los martes (o los jueves) amanecemos siempre pasadas las 16h. Marcados por las sábanas, con la pesadez bombardeante de la noche anterior y sin oasis en la boca. Y es así, porque los lunes (o los miércoles) tomamos demasiada cerveza y danzas sobre la plataforma del mismo pub. Yo desde abajo te vigilo sin que ni siquiera te percates. Charlo con algún gay que me inunda en piropos. Otros me dedican miradas, sonrisas, y me gusta. Nunca mi barba de tres días resultó tan atractiva, nunca mis gafas azul eléctrico me dieron un toque tan interesante, nunca.

Los miércoles (o los jueves) que trabajas de noche son los días que disfrutas de Madrid, y yo de ti. Paseamos por la calles del monopoli y me vas indicando todo a cada paso. Dónde está el teatro La Latina, dónde puedo encontrar otro Wagaboo*, el Espejo Café donde desayunamos la mañana anterior, las boutiques más caras, Loewe, Ives Saint Laurent, Armani, Gucci... dónde puedo tomar té en un ambiente típico inglés, dónde están los mejores Starbukcs, dónde se ubica exactamente la Sala Clamores y dónde está la tienda del chino por si tengo que bajar a comprar cerveza.

Los días que trabajas de tarde, me arde la boca porque como solo en El Tigre, busco las llaves que no aparecen, me pierdo en el metro, escribo un absudo cuento, pienso en limpiar la caja de zapatos, deambulo por el Mercado de Fuencarral, leo a Coelho en un banco del Retiro junto a una paloma que cojea, y me distraigo a ratos observando a los niños jugar. Pienso en la cara que dices que se me pone. Y te imagino a ti con tu uniforme sin cofia sosteniendo casi con una mano sobre tu hombro a un prematuro, y se te cambia la cara, como a mí. Vuelvo una hora antes a casa y te espero, siempre una hora antes. Cuando llegas, dejas el correo y las promociones de galerías de arte de Chueca en la primera caja apilada. Te sientas a mi lado y me acaricias la mano, el pelo.

- ¿Estás cansada?, ¿tienes hambre?
- Pensé que te habías ido. Que ya no estabas.
- No, sigo aquí.

Y me besas.

sábado, abril 05, 2008

El cuento de un cuentista (la secuela)

"La mano no me tiembla mientras acerco la cerilla al cigarro que cuelga de mis labios". Pero no era mi mano sino la de ella. Y no era una cerilla sino un chisquero. Y no era tabaco sino un cigarrillo de hachís. Y no eran mis labios…
No le importó dejarme allí rodeado de gays, lesbianas y drag queen. Y no le tembló la mano ni siquiera cuando la acercó a mi sexo en el servicio de señoras, prostitutas, señoritas con barba y otras personas que adoptan los caracteres sexuales del sexo que no cuelga.


(…) Y hubo sexo. Mucho sexo. Y hubo otras cosas. Y sí. La servilleta del Hard Rock Café certifica que su encuentro en la capital tuvo lugar. Y aunque no era como habían planeado, es lo que tuvo lugar.

Después de aquellos primeros encuentros esporádicos no se vieron más. Sus visitas al sur con duración limitada truncaban los planes que él no quería ni pensar en planear. No debía programar su vida, no era cuadriculado, no era como la gente que se da citas precisas, no necesita papel rayado para escribirse, no aprieta desde abajo el tubo de dentífrico, no. Pero deshacía la maleta tras llegar a su destino, ordenaba las camisas por colores, los jerséis por el grosor de sus hilos, las bufandas perfectamente dobladas, cada jeans en su percha mirando todos en la misma dirección con los bolsillos para adentro, varios modelos de gafas, todas graduadas, y como ellas calcetines de colores y calzones MD surrealistas estampados con flores. Después de aquellos primeros encuentros esporádicos no se vieron más.

El espacio, con la inevitable distancia de por medio, y el tiempo, sin reloj de cuco que lo precisase, se hacía oír con el silencio, también de por medio. Pasaron los meses sin sus historias, las semanas sin sus textos, los días sin sus párrafos, las horas sin sus palabras, los minutos sin sus letras... todo pasaba. Había pasado el tiempo aunque uno de sus relojes, el Sandoz grande de esfera con fondo blanco y correa negra, estaba parado, sin pilas quizás.
De por medio, hubo días raros. Ella ya no escribía como antes porque simplemente no escribía. Su blog se quedó parado, sin pilas quizás. Él seguía escribiendo, las visitas al perfil in crescendo y tal vez le fue infiel fijándose en letras anónimas con otros fondos, con otros temas y con otra literatura más ficticia que la que él podía crear y modelar de su vida más fatal. Una noche se ahogó en historias que empezaban con el mismo principio.

Creen que le fue infiel, ¿verdad?

Las llamadas fueron in decrescendo, los mensajes al celular inoportunos, a deshoras, los e-mails extinguidos. La vida pasaba y más de cuatro mil novecientas noventa y dos palabras les separaban. La suma se hacía más jodida si cabía al operar con seiscientos veintiocho coma cinco kms. Él con decimales se perdía, es como tener que calcular mentalmente cuarenta y siete coma treinta y tres mililitros para un volumen de noventa mililitros, por eso ella llevaba siempre en su bolso, junto a otros avatares, una calculadora. Eran los dos malos con el cálculo. Con eso y con muchas otras cosas.

Un amanecer cualquiera de un día cualquiera cuando despertó apreció un parpadeo anaranjado en la barra de tareas. Abrió aquella ventana y leyó:

Andrea says: … vente a Madrid!!

Hacía siglos que no la leía vía messenger y este mensaje le turbó. Tanto que no se lo pensó. Maestro en la compra de billetes de vuelos, tren o bus por Internet aceptó las condiciones que la empresa exigía, marcó su asiento en verde y tecleó los dígitos de su Visa. Buen Viaje.


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Con la intención de no alargar más la lectura (algunos habrán tenido que leer la primera parte), y con la idea sincera de no aburrir, interrumpo el desenlace, la secuela de este cuento de un cuentista.

Tengo escritos a medias, libros a medias... todo sigue como mi vida, a medias.

miércoles, abril 02, 2008

¡Mundo de locos!

Los licenciados gemidos de aquella loquera, esposa de un reconocido abogado laboralista de 25 años de cuernos, se dejaban entrever tras los visillos de aquellos ventanales que ofrecían a sus cuerdos pacientes una espléndida muestra de lo que es el distinguido despacho de una sablista que ofrece su consulta sin consultarlo.
Aquella mañana había dejado a su pequeño de 5 añitos en la escuela. Después de ello desayunó una dosis doble de Concertta y Jack Daniel's. A media tarde, junto al wc de señoras de la planta 56ª de aquel refinado edificio de despachados y limpiadoras de lavabos, se sentó a merendar. Con su mano izquierda sujetaba un Funciona Caribe y con la otra un brillante tubito, el cual lucía unas marcadas y absurdas iniciales. Perfectamente paralelas una de otra, ese par de líneas del color de la equivalente a dos negras en el compás de compasillo, fueron absorbidas como la más delicada micción de un bebé de 2 meses que duerme con su pañal mal colocado por una madre de tan sólo 16 años. Tras tan intensa actividad respiratoria, se subió la falda, bajó sus medias y se sentó en la fría tapa de aquella inmaculada letrina. Después de meada de minuto y medio se sacudió, cual camionero se la menea en un club de carretera tras 12 horas ininterrumpidas de conducción, e introdujo su dedo corazón entre aquellos labios excelentemente rasurados. A conciencia se frotó coreadas veces sin más propósito que estar esmeradamente empapada para comprobar y pasarle toda su consulta al joven del cual se rumoreaba poseía divinas proporciones en el diámetro desde su glande y lo que venía siendo el tronco de la polla.