martes, septiembre 30, 2008

Mangaroca

Follar como animales diciéndose cochinadas está muy bien después de cuatro cervezas, algunas tapas y unas risas trituradas entre sus cómplices miradas.

Que le falte el aire y estire su cuerpo como una goma del pelo. Tener una pelota antiestrés no viene mal, y funciona muy bien sobretodo cuando no hay estrés que mezcle los ingredientes sin batida de coco. Pero aquella Mangaroca fue preparada desde la más exquisita experiencia sexual, lista para tomar después de varias agitaciones. Y sin batido de peros

Lo suyo no era torpeza, era inconstancia. Lo era desde el primer pelo de barba rasurado bien entrada la pubertad, con dos… cojines a juego con los cuernos de macho cabrio… hasta volverse vago y no pillar el cortacésped más que para pasarlo por toda su plenitud.

No tiene mal fondo. Puede ser un cabrón, pero es un cabrón sincero y respetuoso. Hace daño pero lo hace sin querer queriendo cuando no quiere.

Él quería con tiempo limitado: mucho en poco tiempo, nada a largo plazo.

Y así le iba. Con uno y otro tren de la misma venida.

martes, septiembre 23, 2008

¡Qué más da!

Has dicho tanto, que no has dicho nada.

Declaración de intenciones malintencionadas,

declaraciones no justificadas,
justificaciones jamás declaradas.
Parece que no hubo intención.

¡Joder!

Y vuelvo a leer(te) y parece que no pasó el tiempo.

A pesar del silencio. Dulce o salado,
da igual si nos hemos acostumbrado.

Y si te da miedo dejar de sentir esto,

camina y déjate caer,
de espaldas o de frente,
que más da si la tentación sigue vigente.

viernes, septiembre 05, 2008

A mi amada farisea...


Sé que no debí haber escrito aquellas palabras. Estaban envenenadas. Por eso las escribí. Sé que lo que dije te ofendería. Por eso lo dije. Sé que nunca debí besarte pero entonces era lo que quería. Por eso lo hice. Sé que debería haberte llamado, mensajeado. Por eso no lo hice... porque sabía que debía hacerlo.

Y es así, todo lo hice porque sabía que no debía hacerlo.

martes, septiembre 02, 2008

¡Maldita flor!

Si sientes una flor. Si la sientes de verdad.

Si miras a una flor con todos tus sentidos. Si la tocas escuchando como la brisa mueve sus colores. Si la miras notando su textura, la suavidad de sus pétalos en contraste con la rugosidad de sus verdes hojas. Si la hueles. Si la hueles estás perdido.

Y la olí.

Y estuve perdido la mitad del tiempo que hubiera tardado en hacerla mía. Sin saberlo me sentí intruso en jardín ajeno. Sin saberlo.

Me conforme con admirarla. A veces de pasada. Sin que ella lo notara. Otras, quedaba envuelta por mis miradas. Sin que ella lo notara. Podría tenerla plantada para siempre en mi campo de visión.

A sabiendas de lo que nunca se dijo la flor se enterneció. Estaba viva porque sentía mi calor. Cambiaba de colores con los días, llamando mi atención. Su gesto abierto y natural, sus pétalos con los días cambiaban de color, su pigmentación morena contrastaba. Y yo sólo podía bañarla con más miradas.

En las primeras horas del día se llenaba de matices atrayentes cercándome como miles de tiras de papel charol, todas a mi alrededor, cada una de un color.

Si sientes, de verdad, una flor. Estás perdido.

¡Maldita flor! … ya me espinó el corazón.

lunes, septiembre 01, 2008

A tiempo...

Cuando aún era posible aquella cita tenía pensado que ponerse. Se imaginó enchaquetado de Caramelo. Americana ajustada perfectamente en los hombros y con una caída que distara siempre algo más de un palmo de sus rodillas. Camisa sin botones a medida, de artesanos. En ella, sus iniciales grabadas para que nunca se olvidase de él. Corbata, signo de elegancia. Nudo Windsor, la ocasión lo hubiera requerido. Dicen que cualquier hombre con un mínimo de vida social debería tener en su vestuario alguna corbata. Él tenía muchas corbatas. Mocasín YSL, el British Style que a ella le gusta en él. Cómodo, como en su casa.

Pasó la leve llovizna en aquel café de espejos y ventanas. A pesar de la porción de tarta no fue un momento dulce. Sin saberlo, uno de sus relojes se paró.

Ella nunca le vio coger ese bus. Él permaneció en la capital sin que ella lo supiera nunca. Desde el ventanal observaba los semáforos, los maldecía en aquella habitación de hotel, justo detrás de la calle de su caja de zapatos. También la observa a ella, ansiosa con el celular en la mano, vestida para la ocasión. Otra vez.

Sobre la cama doble su ropa extendida, planchada, lista, preparada para la re-conquista y si no, abandonada a la concupiscencia que ella y su imaginación le despertaba.

En su muñeca derecha el tiempo no había pasado en el watch que marcaba las horas que pasaba sin ella. Se había quedado parado. El tiempo no pasó. Cuando volvió a funcionar era la hora de enamorarla de nuevo. Aún estaba a tiempo.