Allí estaba ella. En la primera planta de aquel restaurante asiático. El sonido del agua de aquellas fuentes brillaba en su sonrisa y se oía en su mirada. El espacioso lugar sólo reunía a unos pocos. Alguna pareja enamorada por el entorno típicamente oriental y a un grupo de amigos que prefirieron el buffet libre y desenfadado de la planta baja. Junto a ellos, cientos de kois, rhodeus sericeus y leuciscus idus, esos peces anaranjados característicos de los estanques.
Lucía aquella pulsera plateada. Cuando la compramos, a los dos nos encantó. Sus altos tacones negros fulguraban tanto como aquel ceniciento brazalete de Blanco. Su pelo, dorado y corto, se recogía a conciencia provocando, discretamente, que me sonrojara cada vez que admiraba su fino y delicado cuello.
El ambiente se amenizaba y el sonido que se desprendían de las aguas de los Jusenkyos, aquellos artificiales estanques orientales, se confundían con las risas. Mientras, degustábamos el representativo entrante chino chūnjuǎn. Pequeños rollitos de primavera en las dos versiones que el restaurante nos ofrecía. El humo y la salsa agridulce distraían la espera del siguiente plato. Momento agrio por la libre insistencia de sus cigarrillos, y dulce por ser ella, y no otra, quien aspiraba tal humeante y delicado pitillo.
Tras el cigarro llegó aquella bandeja que simulaba esos pequeños puentes que se pueden ver en los inconfundibles jardines japoneses. Sobre esto, una combinación del más variado sushi. El sushi se prepara generalmente en raciones pequeñas, aproximadamente del tamaño de un bocado y puede adoptar diversas formas. Teníamos maki, pescado y arroz enrollados en una hoja de alga nori. También, probamos nigiri, una especie de albóndiga de arroz cubierta por el pescado. Cuando el pescado se presenta embutido en una pequeña bolsa de tōfu frito se denomina inari. Yo, cuan japonés, manejaba cuidadosamente aquellos palillos de bambú específicos para la degustación de aquel exquisito plato.
Inconscientemente evitaba el cruce de miradas y pecaba, a veces, de un silencio que se dejaba escuchar por el frito de arroz YangZhuo en aquel recipiente de plata. Tras un breve tiempo, el arroz estaba listo, la vela se consumió y ella me miró.
Su compañía resultaba extrañamente agradable dada la relación que habíamos mantenido hasta entonces y, dado el singular vínculo que nos unía. Ninguno de los dos imaginaba lo que en esos momentos se nos pasaba por la cabeza. Pero viendo como acabó la noche, aquella cita por casualidad fue casi tan acertada como la elección del siguiente plato. Pollo Thailandés, no muy picante y con su sabor que a todos agradó.
Luego, llegó la ternera y, por último, un vasito de sake, ese licor transparente japonés que se toma habitualmente como aperitivo o después de las comidas. Esta tradicional bebida se obtiene a través de un fermentado de arroz. Se presenta en vasos pequeños (o-chokos) y se sirve caliente. Generalmente, en los restaurantes asiáticos de occidente lo que nos sirven al pedir sake es nihonshu, ya que la palabra sake en Japón significa originariamente “bebida alcohólica”. Antiguamente, el nihonshu era de poca calidad y se calentaba para ocultar su sabor. Ahora, calentarlo se ha convertido en una costumbre. Dependiendo de los grados a los que se sirva recibe un nombre u otro. Así, si pides atsukan te los servirán a unos 50 grados, si pides nurukan estará a 40 grados, y/o hiya si lo quieres sin calentar.
Después de aquel licor caliente que cerraba la cena, la noche fue abriéndose subiendo por momentos a medida que lo que bebíamos subía también en grados de alcohol.
Hace nueve años obtuve una de esas becas para estudiar en el extranjero. Fui a Irlanda y durante esos meses de verano empecé a descubrir y a consumir el whisky que coincidentemente los dos bebemos. Jameson es un whisky irlandés blend de 1780. Originalmente, fue uno de los primeros cuatro whiskeys de Dublín. Nace de una mezcla de cebadas irlandesas malteadas y sin maltear. La cebada es secada en calor limpio (se utiliza carbón), para preservar los sabores más limpios del malteado. Al igual que la mayoría de los whiskeys irlandeses, Jameson es destilado tres veces (triple destilado). Para los no entendidos es lo que le diferencia de otras marcas.
Sin saberlo el transcurso de los acontecimientos de aquella noche llevaban la misma etiqueta que el slogan de la bebida que nos acompañaba. Sine Metu, “sin miedo”. Así fue.
Pero todas las noches acaban, amanece y sale el sol. Nos pega en la cara y hace mostrar en nuestro rostro las inclemencias buscadas y deseadas de lo pasado. Aquella noche no recuerdo haberme fijado en la luna. Estaba con ella y no había más cielo que su cara, más estrellas que sus ojos y más brillo que el de su sonrisa. Para que quería yo luna esa noche.
Pero todas las noches acaban. Y ahora me da el sol en la cara. Me siento hoy como un halcón herido por las flechas de la incertidumbre. Y ahora, sangro todo lo que escribo.
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2 comentarios:
sine metu.
yo te curo las heridas, no sangres.
y una vez mas m quito el sombrero que e afea leyendo esto...
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