lunes, junio 23, 2008

Literatura paranoica y el cielo morado, como su pañuelo.

Y hablábamos del miedo que no del tiempo. Y yo ahora hablo del tiempo de crono que no el atmosférico. El tiempo que pasa, que pasamos, que se nos pasa… el arroz dicen por ahí. Yo tengo la paella pensada, preparada, lista, en su punto. La tengo pa’ ella. Y no lo sabe. O sí. No, no creo que lo sepa porque ni yo mismo lo sé. No quiero saberlo. El caso, si hay caso, es que cada cierto tiempo, ese que pasa, me da un motivo para plantearme cosas, o algún que. Me da respuestas a preguntas que no formulé. Me da cuestiones a responder de preguntas que yo inventé. La chica del pañuelo lila. No es una canción ni mi próximo escrito para el blog. Ella es alguien, como no. Es un quien. Que según donde se sitúe, si en mi cabeza o si en la luna, puede parecer un que. No es su que. No puede serlo. Ya quisieran los expertos. Los entendidos, los que no tienen ni idea de lo que sentimos.
Y se me da bien escribir, o al menos eso hago durante mi insólito discurrir. A veces, entendible o, como ella diría, evidente. Ella no lo quiso en su escrito. No lo imaginaba. No sabe de que hablo cuando la pienso. Mucho menos sabe que la pienso. No lo sabe aunque ahora pueda, que no quiera, saberlo o mejor creerlo porque nunca lo sabrá. Es un secreto. Confesable, a voces silenciosas tras el pulsar de teclas con la intención de mis letras. Sus letras. Que no lee ni piensa. Para que se las crea. Y aparecen en una ventana. Donde no llega el sol, si acaso la luna. Pero no lo sabe. Porque a ella la tengo en mi ventana como imagen. Para que no me olvide de con quien hablo cuando nunca la veo. Porque se hace quien cuando hablo de un que.
Callado. Misterioso. En la duda quizás temeroso. Aunque no le tengo miedo más que al que ella pudiera sentir. Porque la estimo más que miento. Y miento mucho. Más que escribo. Pero nunca se lo digo. No lo pienso aunque ahora lo escribo, no miento pero tampoco se lo digo.
Escondido. Reservado. Para ti. Un hueco en mi cabeza. Hueca. Como los secretos que no se cuentan porque son secretos. Secretos que cuelgan de una cuerda que espera que él tire. Y cuando lo haga lo sabrá. Y yo con ella. Me lo contará. Dejará de ser secreto. Inconfesable como (su) amor. Inexplicable, incoherente, contraproducente. Sin querer. Distantes, como yo. Como ella. Como los dos. Como su luna y el sol. Dijo algo del viento pero ya saben que las palabras…
Y empecé hablando del calor, “la caló” por aquí, pero lo borré y empecé con el tiempo. Que pasa sin miedo. Porque no sé lo que digo. Y a ella, bien sabe que la temo.
“Todas las palabras son una utopía. Si yo fuera un gallo otro hombre cantaría.” Eso dice una canción que me encanta. Que no digo el título porque se asustaría. Y digo que otro hombre cantaría porque literalmente así lo hizo. Quién sabe si aún lo hace y… ahí tenemos el que, o no. Y digo que todas las palabras son una utopía porque leerme a mí se convierte en una odisea. Nada que ver con la intención suya de no hacerse entender en cada actualización. Que si adivino o especulo, que si las hipótesis que me surgen de sus palabras son ocasos de ingenio de mi penosa imaginación y relación de conceptos como luna, estrellas, viento y secretos en silencio. Los de la Gestalt saben que hablo y tú que no eres tonta, porque estás en mi lista. Y no sé aún en cuál. Porque si escucho el latir de la luna que siento más cerca que la tuya, la mía. No quiero saberlo. Mejor me quedo como estoy, como estamos… con tus letras y tu pañuelo morado. Y es que entre las líneas de su discurrir surgieron, una y otra vez, de diez en diez mis dudas y viendo la imagen volví a entender eso de que no hay amor que sea amor si no es con lunas.

martes, junio 17, 2008

Viciosa

Bajo las escaleras, esta vez, de uno en uno. Lamo su cuerpo de arriba, abajo. No he llegado a besarla, nunca lo hago. Le mordisqueo la oreja, baboseo su cuello, sus pechos… me quedo sin saliva. Respiro. Beso su vientre, el costado, y masajeo sus hombros. Toco sus pezones. Con cuidado. Los rozo a conciencia. Mi lengua está en el borde del precipicio. Escucho su respiración y relamo. Suave, luego con fuerza. Lo descubro, lo observo y lo beso. Se excita. Cómo no. Chupo repetidas veces. Una de ellas, alzo la mirada y la veo estremecerse, escurrirse sobre sí misma, ocupando todos los rincones de mi coche. Vuelvo a él. Acapara toda mi atención, es el protagonista y mi lengua el Oscar al mejor actor secundario. Ahora lo acaricio. Dulcemente. Mientras aprieto sus nalgas. Contraste. Lamo su areola. Y soplo sus pezones encharcados. Como mis dedos. Mi barba deja huella. Como sus uñas. Le susurro al oído. Viciosa. La miro a los ojos y la beso. Está contenida, sin apenas respiración. Vuelve en sí y busca mi atención. La encuentra y juega con ella. Pero no la dejo, aún no. La acaricio de nuevo. Está vez con mi barba de tres días. Despacio. De arriba, abajo. Paso por sus pechos. Izquierdo, derecho. Pincho sus pezones. Erectos, como toda mi atención. Deslizo mi barbilla de púas naturales por su cuerpo desnudo. Me detengo en su ombligo, lleva un piercing. Lo observo, la miro y le sonrío. Me pone que esté perforada. Me pone perforarla. Ahora sí, mi atención es toda suya. Su sentido es perfecto. Bello y delicado, a la vez que gordo y apetecible. Mi barba le roza tres días, la pincha. Eso debe sentir. Se encoje, se agita. Me tira del pelo. De atrás. Subo y repito. Viciosa. Bajo y perforo. Mi atención se empapa de ella y aunque dura, entra y sale a cámara lenta. Me gusta verlo al principio. Es toda mi atención sobre ella. Qué menos. ¡Sí!. La oigo. Farfulla. Sonrío. Acaba de correrse. Otra vez. Me maldice. Podría enamorarse pero dice que aún soy muy joven. Treinta tampoco es tanto. Y no soy tan joven. Me gustan sin sentido, y casi sin bello. Me da igual su edad. Ella disfruta demasiado y teme a este Don Juan. Quiero que escribas sobre mí. Ya lo hice ayer. ¿Suena vicioso? Suena soez. Viciosa.

viernes, junio 13, 2008

Cambiar de vida.

Las 2:05 h. de un viernes y de un jueves extraño ya pasado y al que no estoy acostumbrado. En otra situación, la que llamamos normal, llevaría ingeridas varias cervezas y estaría saltando de impaciencia por tomarme el primer whisky.
He subido de dos en dos las escaleras que llevan a mi habitación. Siempre las subí de dos en dos pero nunca fue siempre mi habitación. Esto último no me suena bien pero prefiero creer que lo arreglo poniéndolo en cursiva y seguir escribiendo que borrándolo.
Respiro hondo al final, en el último escalón. Me freno, permanezco parado, quieto, sólo sin moverme. La claridad queda simplificada por el reflejo de un tercio del contorno de mi cuerpo en el oscuro ambiente que separa el último peldaño de las escaleras con el baño que está junto a mi cuarto. Me observo efímeramente. Aunque tengo la lección aprendida no sobrepaso el marco de la puerta, decido no cepillarme los dientes. El borde mi boca resulta sabroso. Mis labios aún tienen la sapidez de esos mini helados simuladores de los Magnun. Esto me recuerda que olvide la botella de agua abajo. Hace rato que la saque del frigorífico y debe de estar caliente, como yo.
Las ganas de dormir para no acostarme, de sentarme en la silla frente al portátil y notar el calor, el sudor de mi culo humedecido en este pijama que ni es de verano ni es de invierno, me es tan apetecible como vomitivo y exagerado todo a la vez.
El silencio en soledad y una mirada furtiva a mi alrededor merman mi conciencia pisoteando una vez más mi creencia errónea de que actualmente la vida no me va tan mal como pensaba.


Carpetas de colores con fotocopias de fichas de las últimas clases de inglés que di en los talleres para los colegios de primaria. Sobre éstas, publicidad variada y cartas del banco. Alguna factura telefónica de meses en los que solía hablar más de la cuenta de ahorro y sus movimientos en cajeros y estaciones de servicio. Una bolsa de una tienda de la última compra que hice. Vacía, la camiseta está en el cesto, encestada junto con ropa manchada, sucia o maloliente. Bordeando esto, múltiples regalos de la última fiesta de Cutty Sark en el bar. Fue en Abril. Junto a las carpetas un par de libros a medias. Leo sobre ajedrez y no juego nunca, más que en mi cabeza. La gente prefiere jugar al parchís, comerse una y contarlo como veinte. Una tarrina de veinticinco cd-r, me sobran dos. El último disco original donde me he gastado las pelas. Saldremos a la lluvia. Algún diccionario de inglés y una guía práctica de conversación. Con ella pasa como con el juego de ajedrez, que la gente prefiere contarse veinte. Un bote de colonia sin colonia. Dos lapiceros con bolígrafos que nunca utilizo pero que están ahí por si acaso. Igual que los palillos de bambú de aquella vez que fui a un restaurante asiático. A uno bueno, limpio o más que los demás, o no, pero si más caro. Siendo como fuera acabo de acordarme de ella. Cómo olvidar su delicado cuello. Llevaba el pelo corto y se lo dejaba mostrar de un modo discreto pero provocador. Tan provocador como mi vida y tan discreto como yo con ella. Veo también dos dardos, uno azul y otro rosa. El niño y la niña. No tengo diana porque está con Alfonso. Esto es un chiste fácil y malo. Los dardos me los traje de recuerdo. Estuvieron años clavados en la puerta de mi primera habitación. En uno de los lapiceros, una regla. Es la que me recuerda que mi vida está torcida y que catorce centímetros son suficientes. Sobre el tablón, en una de sus esquinas, reparo en una de las tarjetas que se mantienen sin chincheta. Es de Proyecto Hombre-Madrid. No puedo olvidar mandarles un e-mail diciéndoles que no acepto las condiciones del contrato porque no estoy en condiciones de trabajar para ellos.
A mi izquierda más libros. Algunos de texto, de primaria y secundaria. El dvd original de El diario de Noa. No es mío y ahora no recuerdo quién me lo prestó. Un paquete de toallitas para bebés. Un atril que no uso ya. Una almohadilla para el ratón donde se celebra el 25 de Octubre el Día de Internet. Llevo sin ratón desde el año pasado. Fundas de gafas. Y gafas sin fundas. Un pañuelo de motorista con la publicidad del bar de copas donde trabajo los fines de semana. Ya sólo me falta la moto y el casco. Igualmente sobre el tablón cientos de miles de millones de etiquetas de marcas de ropa y sí, es una hipérbole. Entradas de conciertos. Algún recuerdo y fotos de familia. Padre, madre y hermana. Otras de amigos y otras de amigas que fueron sólo de noche. Por qué los hombres mienten y las mujeres lloran, es otro libro. Mi bluetooth. Tu redyo. Otro chiste malo. Un clip estrangulado pero con sus puntas alejadas entre sí y manejables porque sí. Es de lo que más uso regularmente de mi escritorio después de la computadora. Me encanta acariciarme con él. Su cosquilleo me pone los pelos de punta gracias a sus puntas. Que no putas.


Algunos pensaran que existe desorden. Otro que no. Estos últimos deberían de ver la mesa. Sobre mi cama desecha con ganas, tres pantalones que habían permanecido siglos de arrugas en el canapé abatible de la cama de mis padres. Aún no le pregunté a mi madre que hacen aquí. El móvil, la pulsera de cuero y la ropa que llevé esta tarde. Sólo salí de casa una hora y media. No follé pero me tomé un helado mirando al mar.

Cinco pares de zapatos. Miscelánea en el calzado adornan el suelo de mi cuarto junto con la maleta del ordenador y dos bolsas con ropa. Una de ellas no sé que guarda. La otra, el uniforme de voluntario para las pruebas de mañana. Una papelera hasta arriba en una de las esquinas de la habitación. La uso de zapatero. Cuando la puerta está abierta el zapatero no se ve y la papelera tampoco. Si está cerrada vemos además el perchero. La mochila cuelga de él. Y catorce acreditaciones. En muchas de ellas pone: TODOS LOS ACCESOS. Curioso. Hay tantos sitios donde quiero acceder y no puedo… una sudadera a cuadros. Como mi madre cuando pasa por la puerta de la habitación. Y la parte de arriba del pijama. Sí, ese que estás pensando que ni es...
Yo, en cambio, pienso que las sillas para escritorios en general deberían ser fabricadas con el asiento infinitamente más cómodo, pensadas para la cantidad desorbitada de horas que pasa un joven sentado frente a la computadora (!¿estudiando?¡) y con el respaldo alto y acabado en forma de percha. Por qué. Para colocar la ropa. Ello conllevaría a cambiar el modelo de silla de sobremesa actual, en el que además de ruedas para moverte lo menos posible a pie por tu habitación tenga una carga más que importante en la base. Por qué. Para que cuando no estés sentado no se caiga con el peso de la ropa. Después de esta creativa exposición sobre el diseño de la silla del futuro y de la puerta de atrás de los sueños y el bostezo prolongado de la insensatez con la que mis dedos teclean palabras sin sentido, no puedo dejar de soltar una mueca que no veo reflejada más que en mi absurda imaginación para hacer un comentario sobre algo más desacertado y desatinado que la propia y misma insensatez de mis dedos: el gorro de piscina negro que lleva mi flexo gris. Sin duda el negro y el gris son matices que acompañan. El flexo incluso tiene detalles en negro. ¿Flexos que van a la piscina, un gorro para tener buenas ideas mientras nadas? El gorro queda inútilmente iluminado, como yo hace tres párrafos atrás.

El desorden de mi habitación. El único lugar donde me encuentro totalmente seguro de quién soy, es sólo el reflejo cotidiano de un pagaré al portador que espera ser cobrado. Mi vida en días como el de hoy toma sentido para darme cuenta de que vivo en un sin sentido. Lo sé. Mis juegos de palabras tienen el honor de presentarles la boludez en expresar algo que todos entendieron. Mis juegos de palabras son tan fáciles como yo, pero yo soy tan complicado de explicar que mi vida parece un juego de palabras.
Soy agradable con quien tengo que ser borde. Bordeo la amabilidad cuando debería ser impecable en educación. Soy educado y divertido tomando un café y un poco chulo y divertido tomando una copa. En la cama simplemente impecable. Para las que se acostaron conmigo, es literatura. Para las que no, es sólo una tímida llamada de atención sobre mi persona.
Algunas me describen a base de análisis morfológicos y sintácticos. No digo que sea malo. Pero no puedes comparar un verbo predicativo escrito cuando en persona puedo ofrecerte uno copulativo. Otras miden la cantidad de gomina que cubre mi cabeza. Intentan deshacerla y no se dan cuenta que mi cabeza hace años que se deshizo. Aún no se percataron que lo ideal para mí, y en su propósito, es hacer y no deshacer. Las que cuantifican, también valoran el número de lentes de colores que uso. Si antes una persona con gafas podía resultar interesante, ahora una persona con cuatro pares de gafas puede resultar cuatro pares de veces más interesante. En fin, lo mío, como puede apreciarse, no son las matemáticas. De éstas, se salvaban los conjuntos. Y eso ya no aparece en los libros de texto escolares. A mí me encantaba hacer conjuntos con Marina y Virginia. Gloria, a veces también se juntaba. Por cierto, Gloria ha mejorado mucho con la edad. Yo la veo por la calle y paso de largo. Si fuera fea la saludaría y no sería borde, sino educado. Lo entendiste ¿no?

A veces, confundo conquistar, llevar a la cama y enamorar. Si me parece demasiado fácil te llevo a la cama, en su defecto asiento de atrás de un coche de los que se clasifican en el grupo de compactos, que si miras en el diccionario de sinónimos aparece: tupidos, cerrados, impenetrables… paradójico ¿verdad?
Si me enamoro intento conquistarte, pero si antes de ello te llevo a la cama, me desenamoro seguidamente. Con lo cual tengo que conquistarte para enamorarme y inmediatamente llevarte a la cama. No entiendo muy bien la relación que acabo de hacer pero tengo la cama demasiado cerca y estoy duro para enamorarme. En otra situación, la que llamamos normal, un joven, también normal, a estas horas no dudaría en masturbarse frente a una chica de no más de veintidós que se grabó con la webcam y que colgó su vídeo calenturiento para el disfrute de todo tipo de desechos noctámbulos masculinos y lésbicos, porque supongo que a las lesbianas también le gustara ver este tipo de vídeos. Por cierto, tengo que actualizar el paquete de Office. Puse lésbico sin acentuar y el corrector maravilloso de Word no reconoció la palabrita, en su caso aceptaba léxicos. Otra paradoja del destino. Cuan glosario, repertorio, vocabulario se me escapa de las manos porque ni siquiera ronda de casualidad por mi cabeza. Contigo me pasa lo mismo. Eres el más antiguo y sentido de mis romances inolvidables, sé que me lees y jamás obtuve ninguna crítica, ninguna mísera opinión. Hay dichos populares que dicen que si callo que todo siga como siempre, para los más populares el que calla, otorga. Y para los idiotas el mismo que para las gaviotas. Sabes, ¿no?

El peso de carpetas de colores, de cuadernos con anillas, apuntes fotocopiados, otros pocos, a mano y AZetas dan un toque poco o nada estético en las baldas de las estanterías de mi habitación. El desorden de mi escritorio, donde nace porque paro palabras con un mínimo de sentido y orden, se confunde con la leve capa de polvos de mis escritos. Ninguno editado por falta de polvos que no de talento. Un sitio donde colocar las llaves y la cartera para nunca olvidarlas. Un espacio neutral donde permanecer cuando no quiera existir debe ajustarse al modelo de vida que soñé y no al que pregono entre estas cuatro paredes con fondo amarillo y apagado.

Libros a medias, como mi vida. Habitación desordenada, como mi vida. Escritos incoherentes, como mi vida. Corazones quebrados, como mi vida. Sueños absurdos, como yo.
Creo que debo cambiar mis gafas y ponerme lentillas. Cambiar la decoración de mi cuarto. Cambiar de vida.


martes, junio 03, 2008

Sacado de contexto (fol. 4)


Sin fijarme en las miradas


Yo que probé tantas bocas
pero mi corazón nadie provoca
ni me estruja el alma,
el alma como tú.
Si yo miro mi pasado
reconozco que he pecado,
anduve en cuerpos y caras
sin fijarme en las miradas...

Sin fijarte en las miradas...

anduviste por labios, perdida.
Corazones rozados de pasada
dejando almas malheridas.
Mira tu alma, mira tu pasado,
y no te fijes en mis palabras
porque yo también he pecado.
Sin fijarme en las miradas
recopilo almas en mi cama.
11 de Marzo de 2008 18:47

No pasa n a d a...

Yo ya me di cuenta que la vida no era eso.
me caigo y me vuelvo a caer,
me levanto y veo amanecer,
me pierdo los viernes y también los jueves
y me jode mucho si tú no vienes...


Es abrazarte a quien te abraza,
y quien no me abraza pierde su plaza.
A ti yo me abrazo

hago un nudo de dos lazos
que me ata a tu cuerpo...

y si no me abrazas,
ya sé, por ti, que
no pasa n a d a...


22 de Marzo de 2008 23:11