sábado, abril 26, 2008

El Alma del bosque

Contaba la leyenda que en aquel lugar, poblado de helechos, habían pasado cosas más que misteriosas y, que ciertas o no, nadie dudaba de la magia que se calaba en el ambiente hacía ya siglos de tinta. De hecho se pensaba que tan maravillosa fantasía sólo era posible en los relatos de ficción de grandes escritores de la época. Entre las mil y una historias que de allí se sabían, se habló mucho de aquella en la que llegada la noche… el bosque de helechos se cubría de una intensa neblina y dejaba el caserón a expensas de los seres del bosque.

En pleno siglo XVIII, el pequeño Stuart, hijo de una familia de la aristocracia francesa, se volvió literalmente loco. Dicen que el niño veía seres sobrenaturales. Duendes del bosque, protectores de los helechos y habitantes de los centenarios árboles que allí perduraban. Dicen que sobre su cabeza una vez habían revoloteado libélulas gigantes dirigidas, como si de un aparato volador fuese, por pequeñas hadas. Que en sus sueños cientos de animalillos le habían arrastrado al bosque y conducido a rincones de éste jamás conocidos por ningún humano. Cuentan que había sido presentado frente al más viejo de los cientos de árboles que perenne eternizaban el lugar y que este árbol le había encomendado la misión de ayudar a los duendes y hadas para que el caserón y los humanos que en él vivían no destruyesen, con su displicencia y su desprecio, el Alma del bosque. Hablaban que en un futuro éste sería talado y los humanos lo invadirían poniendo el Alma del bosque en serio peligro.


Se encontraba al borde de aquel viejo y agrietado anaquel. La octava estantería si cuentas desde abajo, justo arriba del todo dejado caer sobre un secado tintero borrado de toda memoria hacía ya siglos. Estaba olvidado, como muchos de ellos, bajo el polvo y la penumbra al final de aquella austera biblioteca.
Entre una gran variedad de helechos y árboles centenarios se posaba aquel caserón del siglo XVII. Había sido la casa de verano de un joven burgués amante de la literatura fantástica. Dragones que tragan fuego, hadas desencantadas, duendes de orejas cortas, caballeros ambulantes, princesas embargadas y todo tiempo de personajes tan mágicos y extraños como aquel lugar descansaban en aquella biblioteca.


Hacía años que nadie olía el olor ha cerrado por aquellas inmensas puertas mezclado con el aroma fresco y tropical que daban los enormes helechos cada vez que las fuertes precipitaciones se precipitaban. Y así fue como Robert se decidió a reformar aquella casa. Se precipitó sin pensarlo cuando la vio. Aquel lugar tenía un encanto indudable y él advirtió un negocio seguro como casa de huéspedes. Y si todo salía bien, allí y tenía suficiente terreno boscoso para ofrecer otros servicios a sus huéspedes.

Tras largos años de soledad aquel suelo de madera, que sobrepasaba la centuria, volvió a crujir por el vaivén de acogidos que quedaban fascinados por la estampa que guardaba aquel lugar, una estampa que hacía que pareciera incluso mágico.

Aquella mañana la joven Viviane saltó de la gran cama en la que había soñado durante la noche. Abrió uno de los ventanales para que penetrara el asombroso sol de aquel día en sus sábanas y se vistió rápidamente. Agarró aquel artilugio en el que colgaba una pequeña red, desayunó un donut y una taza de leche, y de manera apresurada le dijo a su mamá que se iba a cazar libélulas. - No te alejes. gritó su madre cuando la niña ya había cruzado la puerta. Y se alejó de la casa y llegó hasta un gigantesco árbol, se sentó y acomodándose sobre sus raíces salientes espero a que se cruzase algún volador que le sirviera de presa. De repente, una libélula del tamaño de un puño se posó sobre una hermosa pluma que apareció junto a ella. Viviane se disponía a cazarla cuando ésta revoloteo asustando a la pequeña con el ruido de su aleteo. - ¡Jo! Se me ha escapado. dijo mirando aquella bonita pluma. Le pareció una pluma muy rara, así que la guardó para conservarla.

Después del almuerzo pasó a la biblioteca de la casa a reposar entre libros el suculento filete que se había zampado. Sacó la pluma de su bolsillo y pensó en escribir con ella. - Aquí hay muchos libros, debe haber algo que me sirva para escribir. Deambulo por la librería observando todos y cada uno de los libros. Leía en sus lomos los títulos y le gustaba mirar los florones que muchos de ellos tenían. Estaban clasificados por tipos. El primer día, el guía del caserón les había explicado que toda la biblioteca comprendía una misma temática. Literatura fantástica. Libros sobre seres mitológicos, cuentos de hadas, sobre caballeros medievales, de magia, historias de terror, de misterio, relatos sobre brujas y hechiceros, etcétera, etcétera, etcétera.
Cuando llegó al último estante cayó en la cuenta de que el tejuelo había cambiado. Allí se encontraban los dedicados a seres sobrenaturales. Hojeó algunos libros y quedó maravillada por lo que en ellos leía.
Sentada en el suelo, apoyada en la última de las estanterías, se quedó leyendo. Sobre sus piernas, un libro casi tan grande como ella, en su mano derecha sujetaba un chupa-chups y en la otra manoseaba la pluma que había encontrado en el bosque. Sin más, una gota de tinta cayó sobre una de las hojas de aquel libro. Viviane extrañada, miró hacía arriba sin levantarse. No vio nada. Soltó aquel enorme libro, guardó su pluma y se metió el caramelo en la boca. Corrió por las escaleras móviles y trepó por ésta hasta llegar a la octava estantería. Efectivamente. Allí, como si de un reposa libros se tratará, existía un tintero. Sobre él, un libro de pasta oscura con brillantes se dejaba caer. Metió el dedo en el tintero. - ¡Qué raro! exclamó. La tinta está seca. El brillo de aquel libro la tuvo un rato distraída. Lo agarró y lo abrió por la mitad. - ¡Está en blanco! se dijo sorprendida. Siguió hojeando sus hojas y nada en él había escrito. Ni una palabra. Ni un dibujo. - ¿Por qué? se preguntó asimisma. Pasados unos segundos murmuró. - ¡A ver! un libro en blanco, un tintero y… ¡Eh! Espera. Saco su pluma. - Perfecto, ya tengo donde escribir. Con cuidado bajó la escalera pero cuando llegó al penúltimo escalón tropezó. Salpicó con tinta todo el suelo, su pluma cayó y el libro, brillando cada vez más, quedó abierto, arrugando algunas de sus hojas. - ¡No puede ser! El tintero estaba seco. Recogió el libro, guardó la pluma en su bolsillo y cuando fue a coger el tintero de nuevo éste estaba seco.
Viviane no se daba cuenta que cada vez que guardaba la pluma en su bolsillo la tinta se secaba. Y que cuando ésta estaba cerca del tintero la tinta era como si cobrara vida.

Aquella noche Viviane se sentó en la cama. De piernas cruzadas colocó delante de ella el libro y aquel tintero seco. Sacó del bolsillo la pluma y delante de sus ojos…
- ¡La tinta deja de estar seca y el libro brilla cada vez más¡... ¡ja, ja! Tengo una pluma mágica… ¡ja, ja! Tengo una pluma mágica… canturreaba feliz.
Abrió el libro y se dispuso a escribir. Recordaba algunas cosas que había leído por la tarde en la biblioteca así que pensó que escribiría algo sobre duendes y como había encontrado aquella pluma cazando libélulas, también escribiría algo sobre ellas.

A la mañana siguiente, la madre entró en la habitación y vio el libro. - ¡Qué extraño! No recuerdo que se trajera ningún cuento. Lo abrió por una de sus páginas y leyó:

Aquella noche mientras Stuart dormía, el bosque se ahogaba en una intensa neblina. El sonido del viento estival se hacía oír junto con el golpeo de los ventanales mal cerrados. Por esas ventanas cientos de criaturas invadieron la habitación del viejo caserón y arrastraron a Stuart a lo más profundo y desconocido del bosque. De inmediato, un imponente árbol se enraizaba frente a él. Un grupo de enormes libélulas, tripuladas por hadas mágicas, revoloteaban por su cabeza…



***
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5 comentarios:

Anónimo dijo...

los cuentos están hechos para ser contados, no para ser leídos.
ojalá me contaras al oído todo lo que no dices nunca.
y yo me lo creería todo, te lo juro. porque los niños siempre creen en los cuentos y en los finales felices.

Pugliesino dijo...

La ilusión con que comienza a escribir,la emoción que vive al hacerlo,la necesidad que siente de querer contar,la inspiración que le llega frente a la hoja en blanco,la imaginación con que impregna sus palabras,y en suma la magia que esconde cada libro,configuran un hermoso homenaje a tan mágico momento.Escribir y leer un libro.
Un abrazo

Anónimo dijo...

ami siempre me ha gustado los finales no- felices.
y en esta etapa de mi vida que paso por un periodo de no-felicidad y con un moreno rojizo que me favorece muchisimo, para que negarlo...He optado por no escuchar cuentos de nadie y menos si son con finales felices.

Anónimo dijo...

Has conseguido despertar mi curiosidad. La verdad es que tu primer comentario en mi fotolog fue más que desafortunado... pero el hecho de que seas la primera persona que escribe un comentario en mi space más largo que mi propia entrada, me ha sorprendido.
No sé si se tratará del día que despiertas pensando en un cambio. Supongo que es más bien cuestión de cambios a largo plazo. A lo largo de nuestra vida, es una idea que se mantiene constante. Ya he hablado otras veces de ello, es la fuerza que nos impulsa a avanzar... si todo estuviese bien ahora, no habría razones. Habrá quién esté feliz aquí y ahora. La mayoría de las veces, camino demasiado cerca de la orilla... y el mar borra mis pasos. Quizás por eso esté constantemente perdida.
En fin, tienes tu respuesta. Deja de buscar casualidades, o vas a terminar por patearte todo internet hasta encontrar las partes de mi vida que te faltan... y si me he dividido de esta manera, es porque no quiero que nadie me conozca por completo. Estoy fragmentada, ya ves.
Un saludo.

Anónimo dijo...

quiero leer(te) más.