Es curioso como la propia cama resulta para muchas personas una fiel aliada contra las fuerzas del mal, seres monstruosos, fantasmas, con o sin sábana, y otras criaturas fantásticas producto de nuestra particular imaginación.
Ese día, como los últimos de aquellas semanas, había sido especialmente largo y pesado. Se despertaba trastornada, nerviosa, perdida. Era consciente de que soñaba pero ninguna mañana recordaba que le había hecho agitarse tanto durante la noche. Se levantaba con pocas ganas de ir a trabajar. Apenas desayunaba, el apetito era algo que dejó de apetecer. Su humor variaba como su facilidad para cambiar de zapatos. A veces, se sentía pletórica, tacones altos de aguja. Pero la mayor parte de los días, su estado emocional era tan catastrófico que se expandía por la cama y por el suelo de su habitación, resultándole imposible llevarlo de nuevo consigo. Eran los días donde calzaba unas babuchas viejas con la cabeza de Mickey Mouse.
- "Lo quiero para mañana, lo quiero para mañana, lo quiero para mañana..." -estas palabras habían entrado por sus oídos y se habían repetido una y otra vez en su cabeza-
Tras unos segundos, el golpetazo sobre su mesa de varias carpetas de color verde la trajo otra vez al mal asiento de su incómoda silla de oficina. Helen había estado embelesada y ausente por un pequeño espacio de tiempo.
- "¡Eleeee...! ¿qué te pasa? Despierta ya. Son las 10:32h. ¡Querida! ... necesitas un espresso doble del Starbucks y, además, que te lo sirva ese camarero tan macizo con el que quedaste anoche".
- "¿Anoche?, ¿qué...?" -preguntó estupefacta-
- "¿cómo que qué? ... Ele lo tuyo es muy fuerte. Ha pasado el Sr. Rana -el apodo cariñoso del jefe- delante de ti, te ha preguntado el por qué de tu retraso y te has quedado... no sé tía... como en otro mundo. Tenías la mirada perdida. Luego se ha ido y te ha dejado los informes de comunicación de mañana. Ele, estás muy rara... necesitas un polvo ya".
- "Yo no quedé anoche con nadie. Te equivocas. Anoche ni siquiera salí de casa. Estuve viendo una película en versión original, aquella de Charles Chaplin que me aconsejaste. Llamé al restaurante chino de enfrente de tu casa y me trajeron un "menú especial para estudiantes", es más barato y puedes elegir entre pollo o ternera".
- "Tú flipas tía... si es una broma, no tiene gracia. Me bajo al café. Te espero donde siempre".
Esa mañana Helen no bajó a tomar café. Terminó de revisar los informes y se marchó antes de tiempo. Había pedido cita urgente para ver a su psicólogo. Efectivamente, había sido su psicólogo. Pero ella no acudía a éste desde el fallecimiento de Helena, su madre adoptiva. Era el mismo doctor que la había tratado cuando murió su madre hace treinta años. Era el mismo edificio, la misma consulta, el mismo diván donde años atrás ella jugaba inocente a esconderse del fantasma de su difunta madre. Entonces, ella sólo era una niña y el Dr. Martínez un reconocido psiquiatra que aquella tarde no la reconoció. En cambio, ella actuaba como si fuera a terapia dos veces por semana. Todo le resultaba tan familiar que no veía a esa niña escondida tras el diván sino a una joven culta, independiente, con un trabajo reconocido, estable económicamente y con una vida más que menos estresante. Y por esto último, ella tenía la convicción de que después del episodio vivido en la oficina, lo mejor sería hacerle una visita a su psicólogo particular y así, ponerle al corriente de aquel confuso y absurdo suceso de esta mañana.
Entró en la consulta con prisas, yendo de un lado para otro y repitiendo una y otra vez:
- "Usted no está haciendo bien su trabajo. Me estoy volviendo loca por momentos...".
El Dr. Martínez no se alteró. Él era consciente de que lo que estaba presenciando era algo normal en su profesión. Tenía en sus espaldas muchos años de experiencia y ya estaba acostumbrado a ver escenas de ese tipo; gente que entraba alterada y nerviosa en su consulta y le culpaba de sus males o, simplemente, gente que pedía a gritos que le quitasen esas voces que se oían en sus cabezas.
- "¡Tranquilízate! -dijo sereno y con un tono sosegado- Tiéndete sobre el diván y cuéntame lo que te ocurre".
Ella así lo hizo, pero antes siguió una serie de indicaciones que éste le había dado para que se calmase. Helen cerró los ojos, respiró profundamente y pensó en todo lo que había hecho veinticuatro horas atrás. Veinticuatro horas antes de que estuviera sobre aquel sillón tan característico de los psiquiatras. Todo en calma... se escuchó su voz:
"Ese día el sol apretaba con más fuerza que de costumbre. Hacía mucho calor y mamá nos iba a llevar al campo. Decía que conocía un lugar en el valle en el que había un pequeño charco y donde el abuelo solía llevarla para que se bañase. Mamá decía que era un sitio muy especial porque para acceder a aquella zona del valle teníamos que coger el tren, y yo nunca había montado en uno.
Desde la estación se veían las cimas de las montañas aún nevadas por el invierno. Gracias a esa nieve que veis, tenemos un maravilloso lago para poder nadar, dijo mamá señalando las blancas cumbres. La nieve se derrite y el agua fluye a través del río, bajando por la ladera, hasta llegar al valle, explicó.
Yo ando jugando cerca de las vías. Estoy emocionada por montarme en el tren, por llegar al valle, bañarme... ¡mamá...! ¿y hay patitos en el lago? Marco corría detrás de mí... ¡cuac! ¡cuac! ¡cuac...! repetía sin parar. Éramos patos que jugaban en la orilla del lago. De repente, sin querer, caí al agua, miré hacia atrás y un alargado monstruo de hierro echando mucho humo salió del fondo, de la nada, en dirección a mí... iba muy deprisa, con mucha rapidez, sentí miedo... mamá corrió y saltó al agua para salvarme y,...".
El doctor que había en aquella habitación llevaba bata blanca y no era psiquiatra. Era el Dr. Torres. Durante diez años había seguido la vida clínica de Helen. La había acompañado cada aniversario, cada cumpleaños, cada vez que su trabajo le dejaba un hueco. Acudía a ella y le contaba sus historias. Lo que hacía en el hospital, sus desengaños amorosos, sus problemas con la familia... Cuando Helen ingresó por urgencias apenas tenía veintisiete años, y él creció junto a ella como persona y como médico. No era más que un interno cuando le asignaron su caso. En realidad, poco había que hacer con alguien que llevaba años en coma.
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No sé si es por qué es mi primer relato con ElCuentaCuentos, pero le he cogido cariño a la protagonista, así que si gustó la historia haré una segunda parte donde se desvelarían algunas de las dudas y cabos sueltos.